Descansar en paz es algo que se desea para quien fallece. Se le dice a los familiares más allegados y se graba incluso sobre epitafios y esquelas. Y descansar en paz es lo que deberían hacer dos pequeñas tinerfeñas que, desaparecidas desde el pasado 27 de abril, han sido asesinadas por su padre. Beatriz, la madre de las dos menores, ha inundado las redes sociales de mensajes de amor a la infancia a lo largo de estas semanas. Estos mensajes se han hecho virales.
Y aún hoy, a mediados del mes de junio, siguen sin conocerse las causas reales de la muerte de una niña de 6 años que una tarde fue recogida junto a su hermana por su padre, no devuelta a su madre a la hora que ambos tenían estipulada y que yace en una camilla del anatómico forense canario a la espera de que se conozca el paradero de su pequeña hermana. También están por revelarse las verdaderas causas de su propia muerte.
Las redes sociales se han llenado de ilustraciones de sirenas. De reivindicaciones y convocatorias que dicen luchar contra la llamada violencia vicaria. Y como ocurrió con otros casos sonados en los que desgraciadamente las víctimas eran menores (Alcàsser, Gabriel, Ruth y José), vuelve a encenderse la mecha de la ira sobre toda la sociedad, que escucha impasible lo que está ocurriendo en Tenerife. Y siente como propia la pena de una madre que nunca más volverá a tocar y a oler a sus hijas.
Es tanta la información que se comparte y tantos detalles los que se difunden, que cuesta pensar que nos está llegando siempre en diferido. Y la sensación es que nos encontramos a pie de investigación, casi en un mano a mano con los profesionales que estudian cada uno de estos casos en los lugares de los hechos. Parece raro además, que todo este montón de datos, horas, detalles, pesquisas… la Guardia Civil llegue a conocerlos, procesarlos y los dé a conocer cuando considera prudente y no cuando el gran público lo demanda, es decir, inmediatamente. Los medios se sienten intermediarios de la propagación de la verdad y escupen día tras día todo cuanto acaban de descubrir, para saciar la sed de información de un público cada vez menos sensible al dolor de los demás.
Niñas asesinadas pero… ¿y el morbo de los medios?
La noticia de las dos niñas de Tenerife responde claramente a maltrato infantil. Que un padre mate a sus hijos con la intención de infligir dolor a su expareja, madre de las niñas, se nos antoja monstruoso. Que sean dos niñas las principales víctimas, que pierdan su vida y que nunca jamás puedan darse cuenta de hasta dónde puede llegar la maldad humana, es inhumano. Es cruel y no tiene perdón. No hay otra perspectiva por donde se pueda mirar esto. El maltrato a los menores no debería ni contemplarse. Y mucho menos sus asesinatos. Que un niño muera es ya, antinatura.
Pero analicemos qué tipo de información consumimos en este sentido. Y sobre todo, hasta dónde queremos llegar a conocer. ¿Nos conformamos con informarnos de lo esencial y conocer que el maltrato infantil es la mayor lacra que tiene nuestra sociedad? o ¿somos de los que preferimos hurgar más en la herida? Es decir, hurgar tanto que percibamos también nosotros el escozor que provoca que dos niñas de 6 y 1 año hayan muerto a manos de su progenitor.
Ocurre ahora, pero también ha ocurrido hace dos años cuando Gabriel Cruz falleció a manos de la pareja de su padre. Ocurrió también cuando los pequeños Ruth y José murieron a manos de su padre, quemados en una finca de Córdoba. Sucedió que nos sentimos parte de estas siniestras historias. Y ya no solo por pura empatía con las madres que estaban sufriendo las desapariciones de sus hijos, sino porque consumíamos tantísima información que era complicado quitarse de la cabeza la sensación de estar ahí en los lugares de los crímenes. Pasó y sigue pasando con el caso de las niñas de Alcàsser.
Y la razón no es otra que la sobreexposición y la sobreinformación que nos tragamos a diario. Puede que si dejásemos de consumirla no podríamos no estar tan necesitados de obtenerla de forma inmediata. Como si fuera un “ten con ten”. Si los medios sobreexponen es porque el público lo quiere. Pero el público lo quiere porque no tiene otra cosa que consumir en ellos.
“Que pare el mundo, que me quiero bajar”, decía Mafalda en una de sus viñetas. Y así tal cual, deberíamos grabarnos a fuego cuando encendemos la televisión o abrimos una nueva página del diario digital que estemos acostumbrados a leer.
Que pare la rueda, que me desconecto. Sabremos entonces que el mundo seguirá su curso. La maldad y la crueldad con los menores continuará ocurriendo. Habrá padres que matarán a sus hijos. Madres que también asfixiarán a sus pequeños. Parejas que se romperán y que se harán daño de la peor manera que se les pueda ocurrir. Pero serán casos que se investigarán, se pondrán en manos de las autoridades y confiamos, se resuelvan con justicia.
La desconexión propiciaría que empezásemos a desintoxicarnos, porque el tratamiento rastrero, instigador y morboso que querrán seguir haciendo los medios de comunicación de todos esos casos, ya no tendrá sentido, ya no contarán con una audiencia que quiera tragarse todo sin rechistar.