Una de las imágenes más llamativas de una crisis económica, además de las largas filas de desempleados delante de las oficinas de empleo, son los locales comerciales que echan el cierre. En muchas ciudades y pueblos, los cierres metálicos delatan que un negocio pasó a mejor vida. Y la crisis de 2008, la más reciente que conocemos o al menos, la que se esforzaron porque conociéramos a conciencia, se llevó por delante más de 200.000 negocios en España, la mayoría pequeñas y medianas empresas. No era extraño observar cómo “negocios de siempre” cerraban. Cómo los nuevos no llegaban a prosperar y la vida útil de muchos de ellos disminuía. Algunos, incluso, optaban por no embarcarse en emprender porque bastante tenían ya con salir del paso como podían.
Tardamos en salir de la llamada crisis inmobiliaria y desde la política seguían mencionando la palabra crisis muchos años después de que realmente los ciudadanos observásemos cómo los llamados brotes verdes eran ya plantas hechas y derechas. Interesaba entonces mantenernos en alerta, lamentarnos de lo mal que lo estaba pasando el vecino. Querían que tuviéramos cautela y diésemos pasos cortos “por lo que pudiera pasar”. Pero el empleo volvió, poco a poco a recuperarse, las colas del hambre continuaron existiendo, pero ya no eran tan escandalosas como años atrás.
Y volvieron a sonrojarse los números y los balances. Volvieron los créditos al consumo y las hipotecas, indicador para algunos de que nuestra economía va viento en popa. Sin embargo, el coronavirus llegó sin que muchos lo esperasen. Otra vez volvió a caer todo, fruto, decían, de la pandemia. El mundo online invadió al presencial y otros tantos se reinventaron digitalizándose y esforzándose por ofrecer lo mismo pero detrás de una pantalla.
Promesas, mentiras, exageraciones ¿crisis económica?
¿Y ahora qué? Dicen que la economía es cíclica. Y parece ser que la comunicación hacia el ciudadano también. Porque ahora nadie habla de crisis, aunque por otro lado el Banco Central Europeo no deja de seguir subiendo los tipos de interés. Dicen que para frenar la inflación. Una inflación que ha hecho que las colas del hambre vuelvan como en aquellos años que se recordaban intensas, que muchas familias no puedan alimentarse bien. O incluso que hayan tenido que modificar sus hábitos de consumo y alimentación porque productos como los huevos, la leche o el pan tienen precios escandalosos.
Se calcula que desde 2008 la banca ha cerrado más de 25.000 oficinas en toda España. Medios como EFE recogen las conclusiones lanzadas en el informe anual de la Asociación Española de Banca (AEB) en el que se indica que este sector está sufriendo una profunda transformación, que también se ha llevado por delante a muchos empleados. Las causas: los números no parecen dar, aunque los resultados que se dieron a conocer de 2022 no decían lo mismo.
El pasado año las entidades españolas obtuvieron 19.430 millones debido al alza de tipos y a las menores provisiones. Algunos medios titulaban que la banca había pulverizado récords. Y lo cierto es que los resultados de 2022 fueron nada menos que un 28% más que el año anterior. BBVA ha anunciado también un plan que le llevará al cierre de varias sucursales algunos días a la semana, dicen, para tratar de ahorrar costes.
¿Qué está ocurriendo entonces? Según la Asociación Española de la Banca el sector está prácticamente irreconocible, sobre todo en los últimos 15 años en los que la digitalización ha arrastrado con todo. Incluso con los hábitos de los usuarios: ahora prefieren lo digital. Surgen también otras oportunidades como los llamados “neobancos” que hacen prescindir de empleados físicos de banca, oficinas y gestiones presenciales.
Cambios en las oficinas bancarias, banca, cierre de tiendas del comercio textil
Pero no hay únicamente cambios en las oficinas bancarias y en el sector de la banca en general. El del retail también está sufriendo cambios. El gigante C&A ha anunciado un ERE que dejará en la calle a cerca de 90 empleados. Se espera también que al menos cinco tiendas cierren en España. Forma parte de un llamado “proceso de reestructuración” que afectará a tiendas en Leganés (Madrid), Melilla, Cartagena (Murcia), Sevilla y Marbella (Málaga). También otros gigantes como El Corte Inglés lleva tiempo anunciando el cierre de varios centros y tiendas, incluso en lugares míticos como La Coruña.
Aunque nadie lo anuncia, la inflación, la presión fiscal y el alza de los tipos, que parece no parar, al menos a corto plazo, están provocando una sangría en el pequeño comercio. La creación de empresas en España cayó un 2,1% el año pasado y las disoluciones se han disparado al máximo desde 1995. Dicen que el comercio es la actividad más afectada por los cierres. Aunque hay otro tipo de negocios que también tienen que bajar el telón porque no pueden soportar la situación que tienen o la que les espera.
Pero no estamos en crisis. La economía se prevé dura, pero quizá arañemos un poco de crecimiento. Con menos del 1% ya nos vale para mantenernos contentos y tratar de gastar, como consumidores, aquello que en realidad no nos podemos permitir. Porque hace 15 años se hablaba de crisis y en las familias se echaba el freno para tratar de guardar lo que no se podía gastar.
Hoy, según los datos aportados por el Mercado Nacional de los Mercados y la Competencia “la facturación del comercio electrónico en España aumentó en el primer trimestre de 2022 un 25,3% interanual hasta alcanzar los 15.627 millones de euros”. Agencias de viajes, operadores turísticos, comercio textil, ven desde el pasado año cómo sus cifras no acaban del todo mal. Y mientras en la calle, más allá de la pantalla, miles de tiendas cierran sus puertas porque los gastos, la inflación y la presión fiscal no les dejan continuar sin ahogarse del todo.
Si la historia es cíclica, algunos dirán que todo lo que llega, pasa. Lo que no sabemos es cómo va a pasar esta situación ni cómo finalizaremos este 2023 que se prevé costoso tanto para las arcas como para los bolsillos de los españoles. Estamos acostumbrados a los envites que nos da la economía, pero no entendemos ni de macro ni de micro. Sólo que nos cuentan que no pasa nada cuando en realidad, en la calle, pasa de todo.