Conocíamos el desenlace, pero nos faltaban detalles no menores. Feijóo salió más fuerte de la no investidura y Sánchez se achicó y envío a un mastín desaforado por delante. Y a la misma hora un colega de cancha de Sánchez, Daniel Viondi, le da unos cachetes en la jeta al alcalde de Madrid en un pleno. El alcalde reaccionó dicen que bien. Me temo que yo le hubiera respondido de otro modo, dicen que mal. Pero por lo menos al tal Viondi el PSOE de Madrid se lo quitó de en medio al instante. Eso que hemos ganado. Y ya sabemos lo que habría sucedido si quien lo toca la carita a un alcalde de izquierda es un concejal de derecha. Lo sabemos muy bien.
La izquierda española cada día más actúa como las patotas argentinas, entregadas a los abusos, los acosos, los desmanes y las provocaciones. Hay más Viondis, con Puente como destacado. Y siguen generando una ruptura social muy peligrosa. Mucho. Parece que no conocen la historia. Y si ven que pierden, prenden la mecha, sabedores de que una chispa provoca el incendio.
Me da la impresión de que Sánchez lo tiene jodido y prepara un golpe de efecto. No ir a investidura, pedir elecciones y presentarse como una víctima del fascismo que le acusaba de estar negociando una amnistía. Sus acólitos le dicen que sacaría mayoría absoluta, y vaya usted a saber si tienen razón, aunque si Feijóo asume la campaña sin complejos respecto a su único socio posible creo que hay partido.
Movida en las votaciones…¡qué bochorno!
Las sesiones de investidura de esta semana, más de lo mismo. Con esta política y estos partidos que tenemos podíamos ahorrarnos los debates. En el Congreso, la sede de la desolación, entran sus señorías amenazadas previamente con ser sancionadas si se expresan o votan en conciencia. Solo acuden a votar lo que les manden los jefes. Es igual lo que diga cada uno. Todo está cerrado previamente. Y solo hablan quienes quieren los jefes. O sea, una pérdida de tiempo. Sería más sencillo que entraran, se sentaran, o directamente se arrodillaran y procedieran a votar y nos ahorraríamos mucho bochorno.
Pero hasta en las votaciones hubo movida. Tontos, y lelos, los hay en todos los partidos y empresas. Pero en esta España de Sánchez, si la caga un tonto de derecha, pongamos Alberto Casero del PP votando a favor de la reforma laboral, no se puede corregir su voto. Si los tontos son de los suyos la cosa cambia. En la primera votación un tal Herminio Rufino Sancho Iñiguez, sociata con aspecto mejorable, voto SI, y la miembro de la Mesa, rauda, en vez de constatar el sí dijo, “no, perdón”, y Rufino aclaró que le habían llamado Sánchez, no Sancho y modificó el voto emitido: “Sancho, sí, no”.
En la segunda votación, Eduard Pujol, de Junts, al ser citado para votar, muy sonriente, se levantó y dijo “Si, no”, del tirón, y se sentó descojonándose. Y la presidenta del Congreso, servidora fiel no de la institución a la que representa sino a su jefe Sánchez, procedió a decretar que el voto de Pujol era nulo, con la misma jeta insoportable que corrigió el si de Rufino para convertirlo en no. Si, no, así, seguido, de corrido, y descojonándose de risa, simbólica imagen de lo que es el Parlamento.
Y con el “si, no” de Pujol no solo se descojonaba él, sino la mayoría de la bancada de la izquierda en la que se ajuntan las derechas nacionalistas xenófobas. Con lo que se descojonaron de Casero. Pero, insisto, Casero no pudo corregir porque no es de la banda, y Rufino si, y el voto favorable de Pujol lo convirtieron en nulo. Bueno, si esta banda pone en marcha una norma y después la debate y la aprueba, que vamos a esperar de ellos. Pero se podían ahorrar las risitas porque no tiene ni puta gracia.
Y no comparto el afán de unos y otros por retirar del diario de sesiones insultos o faltas de respeto que se han proferido durante los debates. Si se avergüenzan, que no las digan pero una vez dichas que queden para la historia. Yo las dejaría y teclearía negrita, cursiva y subrayado. Forman parte de las sesiones. Que se sepa que casi siempre un pleno del Congreso, incluso una comisión, es como una noche ciega de luna. Y coincido con Larra: “Dichosos los animales, ellos como no hablan, se entienden”. Nuestros políticos son como poetas sin palabras. Por más que hablen no se entienden, porque son obediente soldadesca, cada uno en su trinchera, ciego, sordos, solo obedientes. Y con la mano fácil para el aplauso al jefe y la lengua presta para el insulto al diferente.