MARTÍN RAYO, UN DOMINICO EJEMPLAR

El padre Martín Rayo falleció el pasado viernes a los 77 años. El padre Rayo era una institución para todos los que hemos pasado por el Colegio San Patricio de Madrid, y para los que también hemos llevado a nuestros hijos al Sanpa.

Rayo era un dominico extraordinario y más de 50 generaciones de alumnos del Sanpa pudieron disfrutar de un profesor, guía espiritual, tutor y también amigo, y por eso ha dejado un enorme vacío en todos quienes le hemos conocido y tratado.

El padre Martín Rayo siempre insistía en que solo hay una manera de vivir, que es amando

Ahora está ya con “el barbas”, como siempre decía, descansando después de una vida plena en la que ha dejado una huella imborrable. El padre Rayo gastó una distinción moral sobresaliente. En su figura convivían un sacerdote conocedor de sus obligaciones y un joven entregado a formar y ayudar a los demás. Siempre insistía en que “solo hay una manera de vivir, amando”.

El Rayo, como le llamábamos enseñaba religión, pero sobre todo enseñaba, con su ejemplo, valores de los que se quedan para siempre: amor por encima de todo, generosidad, comprensión, libertad. No imponía, convencía desde su experiencia y sobre todo desde su ejemplo.

Hay quien no comprendía por qué muchas veces se vestía con el uniforme que portaban los alumnos del colegio, camisa blanca de cuadros con verde y pantalones verdes. Y había quienes consideraban excéntrico que apareciera con el plumífero con el escudo del Rayo Vallecano.

Salía con la chavalada, nunca invasivo, siempre en su sitio, pero no en el púlpito sino en el barro

Fue un cura moderno, para muchos excéntrico. Gustaba de, los fines de semana, salir por la noche con la chavalada. No con afán de espía, de vigilante, represor o de censor, sino como compañía con la que compartir sabiendo que si surgía algún problema él con su experiencia estaba ahí para ayudar. Disfrutaba con chicos y chicas,  bailaba los mismos ritmos, vivía junto a ellos, nunca invasivo, siempre en su sitio pero no en un púlpito, sino en el barro.

Tenía mucha calle, al padre Rayo nadie se la daba con queso. Terminadas las clases de religión siempre estaba en el colegio presto a ayudar a quien se dirigiera a él, y sobre todo a quien el percibía como lo que en los colegios se denomina un chaval complicado o problemático. Era fácil conectar con él, porque hablaba el mismo lenguaje que la chavalada, no buscaba la distancia de la autoridad, sino la cercanía del amigo al que acercarse en busca de consejo o ayuda.

Predicaba con el ejemplo y propinaba puñados de verdades que a veces podían ser incómodas, pero nunca inútiles

Tenía autoridad moral para explicar los riesgos de la vida, de la calle, de la noche, porque vivía en el mundo, transitaba la calle y conocía la noche, donde acechan muchos peligros que nunca están previstos. No gustaba de ser apocalíptico ni de transmitir miedo a los jóvenes. Solo cerciorarse de que estaban informados de los riesgos y transmitiendo siempre la importancia de asumir las consecuencias de los actos.

Era un buen conocedor de Madrid, una ciudad que ruge a todo gas. Sabía de sus peligros y de sus ventajas. Creía que lo mejor que podía hacer por los jóvenes era que fueran conscientes de sus derechos y sobre todo de sus obligaciones, la primera “no ser unos mierdas”, y después todo lo demás, gastar suela para acumular conocimientos y experiencias. Muchas noches las terminaba llevando a casa a quienes se habían excedido en el consumo de alcohol. Nunca delataba a nadie en el colegio o en casa, y siempre estaba atento a la evolución de los acontecimientos.

Solo odiaba la mentira. Y predicaba con el ejemplo de un buen samaritano, acercaba a los jóvenes a la realidad y propinaba puñados de verdades que a veces podían resultarte incómodas, pero nunca inútiles.

Martín Rayo practicaba la libertad. Quizá tenía más horas de taberna que de sacristía. Les daba a los chavales un mapa para no perder el norte

Para el padre Rayo los alumnos del Sanpa no eran un número, ni una fuente de ingresos. Intentaba siempre que la chavalada fuera consciente del privilegio que supone estar escolarizado, aprender conocimientos, y hacerlo en una institución como el Sanpa, que desde su fundación en 1958 ha sido un referente de calidad, con la familia Castellano al frente.

Todo el mundo desea que los niños y los adolescentes sean felices, claro. El padre Rayo también, pero por encima de todo quería que quienes pasaban por el Sanpa adquirieran conocimientos y principios. Era el cura del cole, pero sobre todo era el Maestro, con mayúscula. Y buscaba siempre la esquina para que todo fuera estimulante para los chavales en lo intelectual.

Trabajaba con jóvenes que tenían dudas, muchas, y el padre Rayo buscaba el significado de cada una de ellas, tratando de llegar a la raíz de cada dilema y facilitando el encontrar salidas. Era lo que decía y como lo decía, su capacidad de conectar con un personal tan jodidamente complicado como los alumnos de un colegio.

Practicaba la libertad. Probablemente tuvo más horas de taberna que de sacristía, y por eso era cercano, un libro abierto. Por encima de los dogmas buscaba la comprensión. Siempre ponía a disposición de los alumnos un mapa para navegar la vida con un objetivo y con conocimientos para no perder el norte.

Un apasionado de su trabajo como formador en en colegio San Patricio, que era su casa, donde habitaba su familia

Era muy dominico en el sentido de incidir mucho en los terrenos de la justicia, la literatura, el arte, la ciencia, los derechos humanos y, por encima de todo, el amor, la única manera de vivir como siempre decía el padre Rayo, un apasionado de su trabajo como formador en el Sanpa, que era su casa, donde habitaba su familia.

Supe de padres que siempre consideraron al padre Martín Rayo como un tipo excéntrico, y dudaban que les fuera a hacer bien a sus hijos. Pobres padres ignorantes, inconscientes de hasta qué punto ayudó a que sus hijos no arrastraran sus obligaciones como una carga pesada sino como un equipaje necesario para transitar la vida no siendo una mierda, suministrando herramientas para no perderse en el camino de la vida y para transitarla con sentido, sin miedo, aunque a veces el miedo sea quien te impide cometer estupideces.

Que suerte he tenido de conocer y tratar al padre Martín Rayo. Que suerte que mis hijos lo hayan tenido también a mano. Martín Rayo, un amante de la belleza, pero de la belleza interior. Un tipo formidable. Un sacerdote dominico ejemplar. Quienes pasamos por el Sanpa, y no de puntillas, no dejaremos de echarle de menos, siempre estará en nuestra memoria. Y ahora estará ahí, en el cielo, recomendándonos a todos con el barbas, como nos decía. Descanse en paz y Dios bendiga al padre Martín Rayo. Una institución en el Sanpa y en toda la comunidad educativa. Inolvidable.

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