Entre calles adornadas, luminosos escaparates y compras obligatorias, la Navidad habitualmente se envuelve en todo tipo de excesos. Abundancia de comidas, saturación familiar y derroches en regalos. Los profesionales de la psicología estamos familiarizados con los desajustes emocionales que suelen surgir durante la temporada navideña. Tanto en la temporada previa como al finalizar las festividades, observamos un incremento en la demanda de sesiones psicológicas. Las razones principales suelen estar vinculadas con cuestiones alimenticias y aspectos relacionados con la dinámica familiar.
La Navidad trae malestar y tensiones en la familia
Los excesos de comida y de bebida saturan a muchas personas. En bastantes ocasiones traen consecuencias en el ánimo de quienes consumen y de quienes le rodean. El alcohol actúa como un depresor, y la relación con la alimentación se vuelve compleja para muchas personas debido a tendencias como atracones, alimentación compulsiva o, por el contrario, fobia o miedo a engordar y rechazo hacia la comida.
La armonía familiar navideña a veces es poco realista. Ideas y anuncios navideños sobre felicidad y concordia familiar nos inundan durante el mes de diciembre. La realidad, en muchas ocasiones, no coincide con estos mensajes, y es por tanto frecuente que puedan surgir tensiones. Familias con historias complicadas, desacuerdos no resueltos o eventos dolorosos pueden suponer intranquilidad al enfrentarse a las reuniones navideñas.
Las reuniones con la familia propia y política, las exigencias de tener que cumplir con todos y la imposibilidad de lograrlo crea muchas veces sinsabores y malestar en las parejas. Los divorcios ocurridos durante el año, las nuevas incorporaciones o la muerte de un familiar son circunstancias que afectan a la dinámica familiar y a su carga emocional.
El auténtico espíritu navideño se asocia con sentimientos de generosidad y solidaridad
Desde una perspectiva psicológica, se sugiere mantener una distancia apropiada con la familia, teniendo en cuenta la historia particular e íntima de cada persona. Aquellas que han experimentado traumas en su infancia comprenden con claridad a qué estoy haciendo referencia.
Por último, me permito algunos comentarios sobre el tema de los derroches en los regalos. El exceso de regalos, especialmente cuando se destinan a nuestros niños, no constituye la fórmula educativa más efectiva. En España, durante mucho tiempo, celebrábamos solamente la noche de Reyes Magos con gran ilusión, anticipando la emoción y el entusiasmo con la esperanza de que se cumplieran nuestros deseos. Sin embargo, en la actualidad, muchos niños reciben obsequios tanto en la noche de Papá Noel como en el día de los Reyes Magos y además por parte de todos los componentes familiares.
Estos regalos, a menudo superfluos, a veces no son valorados por los más pequeños y, en medio de la opulencia y el consumismo desmedido, pueden tergiversar el auténtico espíritu navideño que suele asociarse con sentimientos de generosidad y solidaridad. Podría resultar educativo elegir entre escribir a los Reyes Magos o a Papá Noel, y decidir en qué domicilio se recogerán los regalos. También podría ser interesante obsequiar experiencias compartidas como excursiones, visitas a parques infantiles o viajes con los abuelos. Estas vivencias no solo pueden aportar momentos inolvidables para los más pequeños, sino también para los mayores de la casa. ¡FELIZ NAVIDAD!