FERNANDO LÁZARO, SE HA IDO UNA LEYENDA

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Ha muerto, con tan solo 59 años, Fernando Lázaro. Una leyenda del periodismo, un hombre bueno como pocos he conocido. La llamada para comunicarme su muerte me desencuadernó el alma. A estas horas está ya en el cielo donde están los buenos, los generosos y los valientes.

Le conocí siendo un crío cuando era un insultantemente joven redactor de noche en Diario 16. Después, cuando fundamos El Mundo, Juan Carlos Laviana le fichó para el nuevo periódico, donde ha dejado un reguero de buen periodismo y de compromiso con la verdad.

Autor de exclusivas históricas: Lasa y Zabala, el chivatazo de El Faisán, la gran morgue de la pandemia en el Palacio de Hielo

La lista de sus informaciones exclusivas es larguísima. Pero quiero destacar el caso Lasa y Zabala, el chivatazo de Interior a ETA en el bar Faisán, la única imagen que vimos durante la pandemia de la gran morgue de España en el Palacio de Hielo de Madrid y las fotos de Delcy en Barajas con las maletas.

A Fernando Lázaro le diagnosticaron con poco más de 30 años un linfoma MALT. Recuerdo cuando me contó el diagnóstico. Primero reprodujo lo que decía el informe médico del Ramón y Cajal, y me lo tradujo a su manera: “tron, un puto cáncer de los malos. Pero voy a por el bicho con optimismo. Nos quedan muchas noticias que contar”. El bicho no le dio tregua, se le reprodujo varias veces en varios sitios, pero el no le dio la espalda jamás, le plantó cara con fuerza, coraje y ánimo.

Más de 30 años de pelea contra el cáncer. No se cubría la cabeza, no le daba verguenza, se la habría dado no luchar

Ha peleado más de 30 años contra el puto cáncer. Trasplantes, medicación de la que te revienta y se te cae el pelo. Nada pudo con su ánimo hasta el último suspiro. Cuando perdió el pelo, antes de entrar en la redacción, me dijo que no se iba a tapar, que no era ninguna vergüenza la enfermedad, que vergüenza podía darle rendirse pero no luchar.

Compartíamos nuestro fervor por el Real Madrid y ahí tuvo siempre en su mesa, me dicen en El Mundo que hasta el final, su camiseta talismán, de las antiguas de cuello abierto con botones.

Nunca me falló Fernando, sus palabras y su sonrisa fueron para mí una medicina de la buena

Cuando me detectaron a mi un carcinoma también muy agresivo una de las primeras cosas que hice fue quedar con él. Le conté y me dijo: “Tron, si ETA y los GAL no te liquidaron no te va a liquidar un carcinoma. A pelear. Aquí me tienes a cualquier hora del día o de la noche. Para llorar, pero sobre todo para reír y luchar”.

Durante los nueve meses que estuve con un tratamiento duro, me llamaba cada semana y me recordaba que iba a ganar la batalla. Yo le decía, “este puto bicho no sabe dónde se ha metido, voy a acabar con él”. Cuando, terminado el tratamiento el bicho seguía ahí, creciendo, le comenté la operación de caballo que tenía que afrontar. Sus palabras me dieron vuelo: “A por ella tron. Como si fueras a por la exclusiva de tu vida. Como su fueras a jugar la final de la Champions. Vas a ganar esta batalla como hemos ganado tantas otras. El puto bicho no puede con nosotros. A por él. Y conmigo siempre a tu lado”. Y nunca falló mi amigo Fernando, siempre estuvo cuando le necesité, y sus palabras y su sonrisa fueron medicina de la buena.

Me dio muchas lecciones de cómo hay que torear a la muerte. Sabía que a todos nos va a pillar, pero tenía claro que antes hay que bailarle a la vida con intensidad. Y siempre huyendo de inspirar lástima por su dolor. Fernando fue un ejemplo de periodista y de ser humano. Valiente, íntegro, brillante y de una modestia poco frecuente.

Cuando me veía con mi nieto me decía, “como para habértelo perdido, tron. Y lo que nos queda por vivir”

Cuando su hija le hizo abuelo joven me dijo. “Ya somos dos abuelos tron. Que se joda el cáncer”. Y cada vez que me veía disfrutar con mi nieto me recordaba los malos momentos y me decía: “Como para habértelo perdido tron. Y lo que nos queda por vivir”.

Supongo que en el Hospital constarían rápido que por sus venas corría tinta desde pequeñito. No se me olvida su rostro de felicidad en la rotativa de Diario 16, a cuyo arranque siempre esperaba antes de irse para salir con las manos manchadas de tinta.

La gente habla con un periodista si se siente cómoda y Fernando tenía tantas y tan buenas fuentes de información porque al instante de juntarte con él, y con esa mirada, hacía sentir cómodo hasta al diablo. Tuve la suerte de vivir con Fernando Lázaro muchas veces esa sensación incomparable e insuperable de trabajar una buena noticia, avanzando despacio, pero con la seguridad de que iba a dejar huella en la historia. Su máxima era hagas lo que hagas hazlo bien o no lo hagas.

Tenía un olfato superior para detectar dónde había una noticia. Ha sido un hombre y un periodista ejemplar, siempre

La última vez que le ví comimos un menú en un restaurante cerca de la Avenida de San Luis. Fernando era alegre hasta en la tristeza. Comentamos la actualidad, me insistió en que yo debía escribir un libro sobre mi vida y me repetía: “Tron, míranos, dos abuelos, y seguimos vibrando con una buena historia igual o más que cuando empezamos. Nos queda mucho que contar”.

Fernando era sagaz, listo, con un olfato superior para detectar donde se escondía una noticia. Era un hombre pegado a una sonrisa y siempre fue ejemplar, en todo. El diario El Mundo lo era todo para él. En nuestra última comida le dije que tenía abiertas las puertas de It Magazine. Su respuesta, nítida: “Contigo, tron, a donde sea, pero sabes desde que llegué a El Mundo en la calle Sánchez Pacheco, que no hay quien me mueva de El Mundo. Aunque me ofrezcas mucha más pasta de la que gano”. Le dije que en It Magazine no se cobra un euro y me respondió. “Bueno, cuando me echen, ahí que me voy a tu vera, y los domingos y los miércoles al Bernabéu juntos”.

Varios me han dicho: “Joder siempre se van los mejores”. No es verdad. Se van, como nos iremos, todos. Lo que pasa es que duele cuando se va uno de los mejores entre los mejores. Con Fernando Lázaro ha muerto una leyenda. Termino escribiendo con mucho orgullo algo de lo que voy a presumir toda mi vida: yo fui amigo de Fernando Lázaro.

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