EUTANASIA: DECISIÓN DE VIVIR O MORIR

La discusión sobre los derechos humanos es fundamental en cualquier sociedad moderna. Entre estos derechos, uno que ha cobrado cada vez más relevancia y controversia es el derecho a morir dignamente, asociado con la eutanasia. Este tema plantea un dilema ético y jurídico que enfrenta dos conceptos fundamentales. Sí, el del derecho a la vida y el derecho a decidir cuándo y cómo poner fin a la propia existencia en situaciones de sufrimiento extremo. La eutanasia no solo cuestiona las leyes y principios morales de cada país, sino también las concepciones personales sobre la dignidad, la libertad y el respeto a la autonomía individual.


La Eutanasia y el fin de la vida

La Eutanasia es la práctica de poner fin intencionalmente a la vida de una persona para aliviar su sufrimiento, especialmente en casos de enfermedades terminales o dolor insoportable. Existen varios tipos de eutanasia: la activa, que implica una acción directa como la administración de medicamentos letales. La pasiva, que consiste en suspender tratamientos médicos que prolongan artificialmente la vida. La voluntaria, realizada con el consentimiento del paciente. Y, la involuntaria, llevada a cabo sin el consentimiento, generalmente porque el paciente no puede expresarse.

Por su parte, el suicidio asistido ocurre cuando una persona, generalmente un médico, proporciona los medios o el conocimiento necesario para que el propio paciente ponga fin a su vida. En este caso, la acción final recae exclusivamente en el paciente. Ambas prácticas buscan respetar la dignidad y aliviar el sufrimiento, pero están reguladas de manera diferente en cada país.

En países como Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Canadá, tanto la eutanasia como el suicidio asistido están legalizados, con protocolos rigurosos que incluyen la evaluación médica y psicológica del paciente, su consentimiento informado y la confirmación de que la condición es irreversible y el sufrimiento intolerable. 


El derecho a vivir y a morir

La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 establece en su Artículo 3 que «todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad ya la seguridad de su persona«. Este principio es considerado el fundamento de todos los demás derechos humanos. La vida es un bien supremo que debe ser protegido por el Estado y la sociedad. La vida se debe preservar a toda costa. 

Sin embargo, este concepto genera un intenso debate. Los defensores del derecho a morir sostienen que la vida no debería convertirse en una obligación humana. Hay personas que expresan su deseo de no seguir adelante con su vida, y a estas alturas, creo que es respetable. Es decir, si una persona enfrenta un sufrimiento insoportable e irreversible, debería tener la autonomía para decidir sobre su propio cuerpo y destino, en lugar de verse obligado a prolongar una existencia que considera indigna.

Existen argumentos éticos, legales y religiosos que se oponen a la eutanasia, señalando que su legalización podría tener consecuencias negativas para la sociedad y la percepción de los derechos humanos. Así, desde el punto de vista ético y religioso, se defiende el valor intrínseco de la vida, considerada sagrada e inviolable, por lo que ni siquiera el individuo tendría derecho a ponerle fin. 


Respeto a la dignidad y libertad para vivir o morir

Además, está la preocupación sobre el papel de los médicos, ya que la eutanasia entra en conflicto con el principio ético y profesional de preservar la vida y no causar daño, conocido como el principio de no maleficencia. Estos argumentos subrayan los desafíos éticos y prácticos que rodean la legalización de la eutanasia.

En definitiva, me atrevo a decir que el derecho a vivir y el derecho a morir dignamente representan dos caras de una misma moneda en el debate sobre los derechos humanos. La eutanasia plantea preguntas fundamentales sobre la libertad, la dignidad y la protección de los más vulnerables. Si bien la vida es un derecho inalienable, este no debe transformarse en una obligación ineludible en contextos de sufrimiento insoportable. Como sociedad debemos, entre todos, encontrar respuestas que equilibren la protección de la vida con el respeto a la autonomía individual. 

La clave está, desde mi punto de vista, en garantizar que las personas puedan tomar decisiones informadas y libres, en un marco ético y legal que respete tanto su dignidad como su libertad. Y, por ende, la eutanasia no debe ser vista como una negación del derecho a la vida, sino como una afirmación del derecho a una vida plena y libre de sufrimiento, hasta su último momento. 


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