Incompatible con el concepto de “puto amo”. Así se ha manifestado el socialista Emiliano García-Page para referirse a Pedro Sánchez y el momento que vive el PSOE. Con ese sobrenombre, el puto amo, “bautizó” al Presidente del Gobierno Óscar Puente, el Ministro más macarra y zafio en décadas. Y miren que la competencia en zafiedad es feroz en la política de los últimos tiempos…
España está sumida en un clima político absolutamente irrespirable. La corrupción, el oportunismo y la podredumbre institucional alcanzan niveles alarmantes. El caso de Leire Díez, la llamada “fontanera” del PSOE, no es sino un síntoma más de una clase política que se ha convertido en una casta blindada que solo vela por sus intereses y los de sus redes clientelares. Lejos de defender el interés público, los partidos, todos por igual, están involucrados en redes internas de corrupción y amiguismo que hunden la confianza de una ciudadanía completamente harta y desengañada.
En este lodazal, Pedro Sánchez se muestra como el prototipo del político sin escrúpulos. Un presidente que se aferra al poder con uñas y dientes. Dispuesto a pagar cualquier peaje político, sin importar lo que eso signifique para la estabilidad del país o para la dignidad de la democracia española. Sánchez convive con escándalos y casos de corrupción que harían caer a cualquier Gobierno si los contrapesos de control del poder funcionaran mínimamente. Su gestión es un continuo ejercicio de supervivencia personal, marcado por la traición, la opacidad y el desprecio a los valores democráticos. Y el problema es que no se percibe alternativa en lo de siempre.
El fenómeno Alvise Pérez
Frente a este agotamiento del sistema surgió una figura tan controvertida como representativa del momento: Alvise Pérez. El líder del movimiento “Se Acabó la Fiesta” es algo así como la versión española del fenómeno que en Argentina desató Javier Milei. El economista alcanzó la presidencia del país capitalizando el hartazgo de millones de argentinos contra una clase política percibida como corrupta, ineficaz y enemiga del pueblo.
Como Milei o también Bukele, Pérez encarna la rabia de quienes sienten que la política tradicional les ha fallado estrepitosamente. Su discurso incendiario y antisistema apela directamente al descontento social, alimentado por años de escándalos, crisis y falsas promesas. Aunque sus métodos y propuestas resultan polémicos, lo cierto es que su ascenso refleja una realidad imposible de ignorar: una parte importante de la población española está dispuesta a abrazar alternativas extremas que rompan con un régimen que consideran podrido hasta la médula.
Cuánto más dure el puto amo, más crecerá “Se acabó la fiesta”.
Alvise representa el auge de un fenómeno global: el rechazo visceral a una élite política que ha perdido toda legitimidad. La consecuencia natural es el auge de líderes que, desde posiciones radicales y populistas, prometen “acabar con la fiesta” de los poderosos y “recuperar el país” para el pueblo. En España, se llama Alvise Pérez pero podría llamarse de cualquier otra forma. Cualquiera capaz de canalizar el desencanto y la desesperanza, habría atraído igualmente a todos aquellos que ya no ven en los partidos tradicionales ninguna salida posible.
Lo que está en juego no es solo una disputa electoral, sino la salud misma de la democracia española. La corrupción enquistada, las cloacas de unos y otros y la ambición de poder sin límites de Sánchez, están empujando al electorado hacia extremos no exentos de incertidumbres. Y de ese modo la mejor campaña de “Se Acabó La Fiesta” son 24 horas más del puto amo.
Si España no consigue una renovación profunda y una limpieza real de la corrupción, el país corre el riesgo de caer en una espiral de radicalización y descomposición política similar a las vividas en Argentina o El Salvador. Y figuras como Alvise Pérez seguirán ganando terreno. Rentabilizando la desesperación de una sociedad que ya no cree en nadie. Que busca con desesperación una salida. Aunque sea por los caminos más extremos.