Como ya dijimos en el anterior artículo las niñas tienen prisa por crecer, por sentirse «mayores»y empezar a ser adultas muy pronto. Debido a esto, se esconde un negocio detrás de la belleza que puede ocasionar males mayores. A principios de los años 90 resonó a un lado y al otro del Atlántico el caso de la niña “reina de la belleza” asesinada en su domicilio en Estados Unidos. Aunque nunca se llegó a desentramar del todo el crimen, hoy sigue recordándose el caso de esta niña que llegó a ser con tan solo 6 años: Little Miss Colorado, America’s Royale Miss y Nacional Tiny Miss Beauty.
Al recordar su caso, lo que más llama la atención son las fotografías que llegaron a difundirse de la niña, muchas de ellas sexualizadas. Con un aspecto más parecido a las que se les pueda pedir a las candidatas a Miss Universo, que las de una pequeña que se encuentra en la más tierna infancia. En sus poses hacía alarde de su rizado y rubio pelo, de sus rasgos delicados, de su soltura ante el objetivo. Y más que mostrarse como una niña pizpireta, era una modelo adulta en un cuerpo de niña.
JonBenét Ramsey era la reina de los concursos infantiles. Vivía en una país acostumbrado a convocarlos y celebrarlos. Imagen de ello es la película «Bienvenida Mrs. Sunshine». En ella se parodia un negocio que mueve cerca de 5.000 millones de dólares cada año. Todo un negocio con tantísimas empresas satélites a su alrededor. Cuesta pensar que a todas esas niñas que participan, en realidad se les está robando la infancia.
Negocio a costa de niñas sexualizadas
¿Qué más obligaciones ha de tener un niño además de ser niño y jugar? Sorprenderse. Aprender. Descubrir. Preguntar y preguntar hasta la saciedad. Repreguntar de nuevo, porque a veces las respuestas que les ofrecen los adultos solo han sido para salir del paso.
Unos adultos que en ocasiones obligan y fuerzan a que la rueda no pare nunca de girar para estas niñas, que pueden llegar a ser atrapadas en un mundo en el que no quieren vivir. Se empieza por un pequeño e inocente casting y se termina preso de un sistema en el que solo vale el dinero que se recauda. Y en el caso de los niños, el dinero empaña la pérdida del tiempo. Es decir, el tiempo que viven simulando ser adultos, en lugar de aprovecharlo continuando siendo niños.
De la misma manera que los centros de belleza para niñas pretendieron un boom que afortunadamente no ha sucedido, los concursos de belleza infantil juegan a respetar la infancia sin hacerlo en realidad. Porque en el momento en el que se cree que un brochazo más o menos de polvos de sol sobre el rostro de una niña de 7 años facilita que salga mejor en una foto, se está contribuyendo a que se niegue la propia infancia en toda su esencia. Porque los niños no suelen tener filtros al hablar, pero tampoco necesitan ningún filtro (sea el que sea) para salir bien en una foto.
Las niñas no deberían parecer mayores de lo que son. Porque en este caso, el concurso en el que participan, no debería llamarse ‘infantil’. Si se pretende que algo parezca adulto, solo con la consideración ya deja de ser de infantes. Y seamos serios: ¿no les parece que nombrar a una niña “Miss vestido de noche” es destronarla de su puesto de niña que se ganó por el simple hecho de ser niña?
¿Y el dinero que mueve este tipo de concursos? Pensar tanto en las ingentes cantidades de dinero que maneja el propio concurso como en las cosificaciones de pequeñas y pequeños que participan en ellos: grave es la cuestión. Pero tremendo también por la necesidad que tienen muchas familias y se ven abocadas a poner a sus hijos frente a la cámara por el simple hecho de recibir una contraprestación a cambio. Eso sí, a costa del maquillaje y las ropas ajustadas sobre sus hijos.
Con esto no queremos demonizar los concursos de belleza. Aquí no estamos hablando de eso. Sino de que tengamos cuidado con la sexualización de los niñas. Tenemos que tener claro que esto se hace. El objetivo no es mostrar la belleza infantil más llamativa, sino ganar dinero a costa de una infancia que ante las fotos deja de serlo. Porque los niños, se quiera o no, son niños y deben seguir siéndolo. Y nuestra mentalidad de adulto no debe empañar lo bonito que aporta la infancia a la sociedad en la que vivimos y el mundo que compartimos: la inocencia.