Tratar de ser algo que no se es en realidad es algo tan antiguo como el propio ser humano. Es algo inevitable de nuestra especie. Fardar de lo que se consigue. Presumir de aquello que creemos que nos hace mejores que los demás y destacar lo que consideramos que es más destacable de lo que somos, de cómo somos o de lo que hacemos. Tener la autoestima más alta o más baja influye mucho en cómo nos comportamos en sociedad. Ante los que tenemos más cerca y entre el círculo al que pertenecemos.
Y los límites los ponemos nosotros mismos. La clave está en no pasarse de la raya y no caer en la mentira. Es decir, en no tratar de aparentar aquello que no somos. En no exagerar eso otro que hemos hecho para que parezca que es todavía más. En ser lo que somos de verdad y no lo que parece que somos. O sea, en medir las apariencias.
Y en esto de las apariencias el refranero español es un auténtico experto. “Las apariencias engañan” o “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Son solo algunos ejemplos que nos recuerdan que más vale lo que se tiene que lo que se querría tener. Y que no hace falta aparentar porque al final, la esencia, es lo que sale a flote. En Psicología se habla del Complejo de Eróstrato para tratar de definir aquellos que buscan notoriedad por encima de cualquier buena o mala acción. Pero en esto del postureo, del aparentar o de lo que algunos llaman exhibicionismo social, se halla algo mucho más profundo que en los últimos tiempos se ha visto incrementado sobre todo por el uso continuado de determinadas redes sociales.
Mide las apariencias y muestra tu esencia
En una de sus canciones más sonadas, Arnau Griso dice aquello de “posturea para que el mundo lo vea, que la vida con un filtro no es tan fea”. Porque si algo de especial tienen las redes sociales es que, sociales no son en realidad. Incitan al individualismo, a encerrarse en uno mismo para mostrar lo que no se es a los demás. A ser lo que parece que es, pero que en realidad no existe. La vida con un filtro puede que no sea tan fea, pero no es real. Y a esto es a lo que parece que nos dirigimos con tanto like, tanto algoritmo y tanto ser lo que no se es para mostrarse a los demás y tener que medir las autoestimas de cada uno en función de cuántos me gustas reciban nuestras publicaciones.
Lo vemos cuando hemos oído que un restaurante es mejor que el de la competencia o cuando vemos que aquel a quien seguimos en redes, ha colgado plato a plato todo el menú degustado la noche anterior. “Será bueno”, pensamos entonces. Y caemos en la trampa de esperar para probarlo y presumir de ello en nuestros propios perfiles. Lo hacemos cuando fotografiamos hasta el más mínimo paso que damos en nuestros destinos vacacionales, con el simple objetivo de poder presumir de ello ante nuestros conocidos (y no tan conocidos porque a cualquiera que nos sigue ya lo llamamos “amigo”). Cuando en realidad, lo que de verdad nos llenaría, sería guardar las imágenes para rememorar una y otra vez esos momentos tan felices que hemos pasado en uno u otro lado.
La autoestima, como canta Arnau Griso, no se mide en likes. Y aparentar no hace más que llenar nuestra mochila de inseguridades que se van haciendo cada vez más grandes. En nuestra mano está valorar lo que tenemos, lo que somos y lo que conseguimos a base de esfuerzo, antes que dejarnos llevar por lo que nos gustaría ser. Porque “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. Quizá esa sea en realidad la clave de la felicidad.