Más divertidos o más serios estos artículos tratan siempre de explicar la realidad –desde mi punto de vista, claro- para poder atisbar, en la medida de lo posible, lo que acontece en la realidad. Algo que, no obstante, nunca conoceremos a fondo porque en España, lamentablemente, ni existe democracia ni se la espera. Por lo tanto, tampoco existe ningún género de transparencia democrática.

Intentar conocer la realidad requiere, entonces, del deseo de que no te tomen por tonto unido a un esfuerzo de búsqueda y reflexión para captar esa realidad de las noticias e ideas que nos sobrevuelan más allá del precocinado con que cada medio las sirve al gusto del consumidor. Se trata de superar esas creencias que nos mueven a escuchar o leer aquellas cosas que casan con nuestra manera de sentir y de pensar, abandonando nuestra zona de confort.   


El triunfo de la disociación religiosa y política

En ese sentido, llevo desde Semana Santa pensando en el porqué de algunos fenómenos antagónicos. Uno que de pequeño fue cofrade por tradición familiar y que, también de pequeño, salió de la Cofradía al advertir la disociación existente entre lo que allí se predicaba y practicaba, no puede entender ahora, por ejemplo, lo que ocurre en Semana Santa. Mientras las iglesias de todo el país, con honrosas excepciones, languidecen durante todo el año y durante todos los años, la Semana Santa –sin perjuicio de la Navidad- es el evento con el que la Iglesia Católica –que sigue presente en nuestras vidas querámoslo o no- consigue mantener su espacio público. ¿Es otro triunfo de Cristo sobre el Pecado?

Para nada. Es un triunfo de la disociación. La RAE la define como “separar algo de otra cosa a la que estaba unida” . Así hemos conseguido separar el hecho religioso de las procesiones. Mientras el hecho religioso le interesa cada vez a menos gente, los desfiles interesan cada vez más. Gente que nunca estuvo ni estará interesada en Cristo, se disfraza y desfila orgullosamente. El desfile es ya un fin en sí mismo, amén del deseo de pertenecer a una tribu. Por supuesto que existe gente interesada en el hecho religioso, pero son los menos. Los más, actúan disociados.

Y lo mismo ha pasado con las elecciones autonómicas vascas. ETA BILDU –ese es su auténtico nombre y su fondo- ha crecido en 90.000 votos desde los 250.000 que, inveteradamente, venían apoyando a la izquierda terrorista, pasando a representar un 15% de la población en las provincias vascongadas. Sin embargo, mientras el hecho religioso es controvertido, por eso el Concilio de Nicea tuvo que apañar un discurso político e hizo coincidir las fiestas religiosas con otras paganas anteriores para darles legitimidad, el terrorismo no lo es. Lo tenemos perfectamente documentado.


Necesitamos coherencia personal

A pesar de ello, el gobierno de España dice que sus acuerdos con ETA BILDU mejoran la vida de los españoles (que ya es decir). Y esa misma idea ha calado en el electorado vasco, particularmente en una juventud que carece de la memoria que genera la experiencia -como precisa el Dr. Charan Ranganath- porque no vivió los años de plomo. Y, se va decantando paulatinamente por ETA BILDU creyendo que vota progreso cuando, en realidad, está votando por un estado totalitario donde el disidente no tiene cabida.

Se le olvida absolutamente que llevaron a cabo una limpieza étnica que ha distorsionado todos los comicios desde entonces. ETA BILDU no solo le arrancó la vida a más de 850 personas, sino que desplazó fuera de ese territorio a otros 180.000 vascos que rechazaban su totalitarismo y que ahora ya no votan allí. En definitiva, que muchos españoles han optado por la disociación para vivir más cómodamente al igual que ya lo vienen haciendo los políticos. 

Tenemos un problema con la disociación política. Esa disociación no soluciona nada, pero nos facilita seguir viviendo sin pensar demasiado y sin sujetarnos a ninguna norma moral. También nos confunde, al negar lo que son y significan las cosas, y muchos acaban cogiendo el rábano por las hojas. Salir en procesión disfrazado de nazareno no pega ni con cola con vivir una vida alejada de los Diez Mandamientos. Aunque no lo parezca prima facie, es una derrota de la Iglesia que, de esa manera, pierde todo su significado y terminará pagándolo muy caro. Votar a ETA BILDU creyendo votar democracia y progreso es de ser más tonto que un zapato.

Y pactar con ETA BILDU -lo que sea- es de una indecencia supina. Sin embargo, la disociación nos ayuda a seguir adelante. Además nos permite tomar la primera utilidad que nos ponen por delante sin reparar en el alto precio que, después, nos costará nuestra insensatez. Necesitamos muchas cosas, pero una de las primeras es la coherencia personal. Una vacuna que no te suministrará la PPSOE porque quiere que seas tan incoherente como ellos. Toma nota.    


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