LA DISCIPLINA POSITIVA: UNA CORRIENTE AL ALZA

la disciplina positiva

La disciplina positiva es una metodología de educación dirigida a los más pequeños. Está basada en el respeto hacia el niño y al fomento de su autonomía. Una de las cualidades que desarrollan las personas cuando llegan a su edad adulta es la de saber cómo hay que educar al hijo del vecino. Ironías aparte, la realidad es otra. Cuando se vive en propias carnes lo que supone la maternidad o la paternidad, muchas familias acaban dándose cuenta de que la tarea no es nada fácil. Genera estrés, tal y como aseguran algunos expertos en neuroeducación.

Además, dentro de cada casa, la tónica general suele ser improvisar la mayoría de las veces y tratar de ejercer lo que se ha llamado “paternidad responsable”. Esto es informarse, leer, comparar y probar hasta dar con la tecla adecuada. En ocasiones será tarea complicada y los resultados, nada fructíferos. Y como no se consuela quien no quiere, habrá que pensar que siempre habrá un día después en que pueda volver a intentarse de nuevo.

Pero la preocupación va en aumento. Muestra de ello es que en los últimos años han saltado a la palestra numerosas corrientes de educación y a ello ha contribuido, en parte, Internet. Sólo la búsqueda “educación de los hijos” arroja en Google cerca de 97 millones de resultados. Asimismo, algunas de estas corrientes suenan a lejano: Montessori, Waldorf… Pero hay otras, como la disciplina positiva que, a priori, sólo por el nombre, parece simplificar más las cosas.


Qué es la disciplina positiva

La disciplina positiva surgió alrededor de los años 20 como una corriente más dentro de la Psiquiatría infantil, de la mano de Alfred Adler. Sin embargo, no fue hasta los años 80 cuando tomó su verdadero impulso a través de los estudios de Jane Nielsen, quien la sistematizó y sentó las bases de lo que la disciplina positiva es hoy en día.

La disciplina positiva es una forma de educar. Educar con cariño. Poniendo al niño en el centro y marcando unos límites que facilitan al pequeño conocer hasta dónde debe llegar y cuáles no debe sobrepasar. Al contrario de lo que ocurre con otros métodos de educación más autoritarios, la disciplina positiva se basa en valores como la amabilidad con el niño, la firmeza, la comprensión, la colaboración o la responsabilidad.

Una batalla contra el niño, siempre es una batalla perdida.

Alfred Adler

De igual forma, a través de esta disciplina, al pequeño se le enseña a ser responsable de las decisiones que debe tomar. Se le pauta para que sea consciente de por qué ha hecho algo o por qué ha dejado de hacerlo. Con ello, se logra, a largo plazo, que el niño tenga herramientas por sí mismo para lograr resolver problemas.

Por ejemplo: ante una rabieta, la disciplina positiva intenta hacer entender al adulto que si el pequeño se comporta así es porque está cansado. También puede estar frustrado o necesitar atención por parte de sus mayores. Una rabieta no es señal ni de que el niño quiera estropear una agradable velada o de que de repente haya comenzado a aburrirse y quiera molestar. En realidad, si el adulto es capaz de entenderlo y ponerse en el lugar del niño, le será mucho más sencillo colocarse a su altura. Hablar con él. Abrazarle y cubrir de forma inmediata las carencias que en ese momento pueda estar presentando el pequeño.

Otro podría ser: el niño está irascible, llama la atención. “¡Mamá, mamá!, ¡mamá!, ¿me haces caso?”. En ese momento, el adulto puede tener la sensación de que el pequeño sólo quiere llamar la atención. Las ganas de darle un berrido se antepondrán a cualquier otro método de diálogo con él.

No obstante, la disciplina positiva marca que la paciencia (la de los tiempos slow y la madre de la ciencia…) es la base para: 1º, conectar con el pequeño, 2º, tratar de entender por qué interrumpe y 3º, hacerle comprender que si sigue haciéndolo, no recibirá más caso ni de mamá ni de papá. Cada uno tiene sus tiempos para hablar y para intervenir y las interrupciones no son, ni mucho menos, la solución.


Fundamentos de la Disciplina Positiva

Tal y como estableció Adler hace más de 30 años, los niños necesitan orden en su día a día, rutinas y unas estructuras sólidas sobre las que asentarse. En ello, los adultos juegan un papel crucial, pues serán quienes marquen las mismas. De modo que si el niño tiene claro dónde se encuentra, cuáles son los límites que tiene y quiénes se lo están marcando, podrá actuar con responsabilidad de sus actos. También, con cierta consciencia sobre ellos. Y si no lo hace, sabe que siempre habrá un adulto que le marque el camino correcto en el que pueda enmendar sus errores.

Asimismo, otro de los fundamentos básicos de la disciplina positiva marca que todos los seres humanos, los niños también, somos imperfectos. Y esas imperfecciones son innatas a crecer y desarrollarnos como humanos. Es decir: somos humamos y somos imperfectos. Por tanto, no tratemos de crear seres perfectos, porque nosotros mismos ni siquiera lo somos.

La disciplina es una enseñanza a largo plazo. Sus resultados no aparecen de hoy para hoy, sino que trata de ser un aprendizaje para el futuro, teniendo como horizonte la vida en comunidad: puesto que somos parte de una sociedad y como individuos nos debemos a la convivencia con otros.


5 valores para entender la disciplina positiva

1. Oportunidad: Los errores son oportunidades para el aprendizaje. Asimismo, las experiencias cotidianas son la base para ese aprendizaje continuo.

2. Comprensión: Los niños deben sentirse queridos, respaldados, comprendidos. Ya que sólo así puede establecerse un marco estructural en el que ellos sepan dónde están los límites y puedan respetarlos

3. Constancia: La disciplina positiva es eficaz a largo plazo. Además, el trabajo debe ser continuo y constante. Y aunque a veces sea complicado no acertar, los expertos recomiendan que siempre se tenga presente que la comprensión está por encima de la regañina gratuita.

4. Respeto: No hay etiquetas. No debe haberlas. Cada niño, igual que cada adulto, es distinto. Por esta razón, se entiende que cada uno tiene sus cualidades, sus manías, sus defectos… y ese todo, es el que conforma al individuo. La disciplina positiva lanza una recomendación: “No intentemos cambiarlo, sólo comprenderlo”.

5. Autonomía: Para la disciplina positiva, la comunicación con el pequeño no debe ser vertical. El niño recibe órdenes, pero en este método de enseñanza, lo importante no es sólo que las acate y las ejecute, sino que debe comprenderlas y hacerlas suyas para que pueda también aplicarlas.

A la hora de buscar soluciones se necesita cooperar. Que la relación entre el adulto y el niño sea colaborativa. Y el resultado, común. De esta manera, el pequeño se siente importante ya que es más fácil la conexión con el adulto que le va marcando las pautas.

En resumidas cuentas, como explican expertos, psicólogos y se comparte en la infinidad de talleres que existen sobre disciplina positiva, esto es, ni más ni menos, educar en positivo. Se trata de un método de enseñanza en el que padres e hijos conforman un núcleo compacto. Ambos colaboran para crear una convivencia basada en el respeto y la comprensión. Asimismo, en este modelo educativo el niño es importante. Además, el pequeño es autónomo, porque es capaz de comprender los límites que se le han marcado y la estructura de valores que sus adultos de referencia han diseñado para él.

Por último, se trata de un método que combina autoridad con ser elásticos cuando procede, límites con autonomía. Buscando sinergias. Funcionando como un tándem. En equipo. Como (casi) todo lo que se hace en familia.


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