DIGNIDAD FRENTE AL VIOLADOR KOTE CABEZUDO

Mientras la mayoría de los medios de comunicación decidieron mirar para otro lado ante el caso Kote Cabezudo, yo decidí hace ya muchos años investigar y denunciar por dos motivos. El primero porque creí que era mi obligación profesional. El segundo porque creí que las víctimas merecían atención ante el horror padecido por los abusos sexuales, por los apoyos políticos, judiciales, empresariales y mediáticos de que dispuso el violador y por el calvario vivido por la actuación de la juez Ana Isabel Pérez Asenjo. Una magistrada que hasta que fue apartada de la causa ejerció más defensora del criminal que de instructora.

Cabezudo ya ha sido juzgado y condenado en una sentencia de la que ya les informamos aquí y sobre la que escribí mi opinión. La Justicia con ese fallo ha practicado una voladura controlada pero recomiendo a todos los implicados en el caso que todavía no han salido a la luz que como Dante a las puertas del infierno pierdan toda esperanza de que nosotros abandonemos la búsqueda de toda la verdad o que dejemos de lado a las víctimas.

Ha sido muy duro. Me ha ha costado caro pero conocer a estas mujeres y estar a su lado es de lo mejor que me ha sucedido en mi vida. Escuchar sus testimonios me rompía el alma pero a la vez me insuflaba fuerza para no desfallecer. Ahora, una de las víctimas de Kote Cabezudo, Izaskun Acosta, nos envía un artículo cuya lectura creo que es imprescindible. Izaskun, como todas las demás, es un ejemplo de mujer digna, valiente, corajuda, valerosa. Al dar este paso de escribir dando la cara sobre su terrible experiencia coloca una dignidad sobresaliente frente al violador Kote Cabezudo.

Aquí tienen lo escrito por Izaskun con el deseo de que se publique en IT MAGAZINE, el único medio que ha acompañado a las víctimas sin esconderse. Emociona leer a Izaskun. Qué honor que haya querido que recojamos nosotros estas líneas de una gran mujer que da la cara. Para vergüenza de Kote Cabezudo y de quienes formaban su estructura de protección en la política, la empresa, los medios y tantos ámbitos de la sociedad donostiarra. Gracias Izaskun Acosta por este texto. 


Dar la cara contra el abuso sexual

Por Izaskun Acosta

Me llamo Izaskun. Tengo 47 años y fui víctima de abusos sexuales cuando tenía 11 años la primera vez y 16 la segunda. En este caso a manos del reconocido fotógrafo donostiarra, Kote Cabezudo. Es algo que ha marcado mi vida indefectiblemente. Pero con el paso de los años me he dado cuenta de que lo que lo que realmente me ha dañado es el silencio. Un silencio que en el fondo grita por dentro y exhala dolor. Un silencio que fija los hechos y los marca a fuego. 

Y yo me pregunto ¿por qué nos sigue dando tanto pudor hablar de ello? ¿Por qué es algo que contamos, si lo contamos, en círculos pequeños y en voz baja? ¿De qué tenemos miedo si nada puede darnos más miedo que el que ya sentimos mientras abusaban de nosotras? ¿Por qué sabemos que no debemos sentir ni culpa ni vergüenza, pero eso son solo palabras, porque la realidad es muy distinta? ¿Por qué podríamos contar sin problema que nos han atracado para robarnos el bolso, pero no podemos hacer lo mismo cuando entra en juego el componente sexual?

Pues no lo sé. Supongo que cada una respondería a estas preguntas de manera diferente, pero me apostaría algo a que en todas las respuestas hay nexos comunes. Y es que para cambiar la cosas, para sentirnos fuertes y empoderadas debemos tener una firme voluntad de romper los estigmas, enfrentarse a los miedos y sostener con fuste las consecuencias de todo ello. 

Es curioso cómo el miedo a lo que ocurrirá, habitualmente es mayor que la consecuencia real. Y es que cuando atraviesas la tormenta con una dirección firme, el compromiso a serte fiel es total. Dignificas algo que te ha ocurrido sin culpa ninguna y das el primer paso hacia una nueva vida. 

Yo no habría podido llegar hasta aquí sin mirarme al espejo y ser sincera 100% con lo ocurrido. Sin haber hecho el ejercicio de recordar. Porque olvidar en realidad nunca olvidé, aunque así lo creyera. Pronunciar las palabras mágicas y decir: “He sido víctima de abusos”, con la cabeza alta me ha hecho sentir vulnerable para poder drenar. Y reconocer esa vulnerabilidad ha sido clave, porque no hay que confundirla con debilidad. Al revés, reconocer mi dolor me ha hecho fuerte y me ha dado valentía para soltar corazas absurdas que creía que me protegían y que en realidad solo me aportaban peso extra. 

Y sí, pese a haber pasado por todo esto, no hay que olvidar que gozo del privilegio de ser una mujer blanca con estudios, y de haber podido encaminar mi vida con la solvencia necesaria para contaros esto. Por eso, en mi caso, dar la cara contra el abuso no es una elección personal y libre, sino que es un deber. Y es necesario que quienes necesitamos un cambio más que nadie, nos signifiquemos y saquemos la bandera por la causa. 

Pero ¿qué pasa con la sociedad? ¿Con esa sociedad a la que le importa más el qué dirán, que atender a niñas que sufren porque ensucian la postal idílica de una ciudad que con su silencio, no hace más que  evidenciar su falta de compromiso y una hipocresía mayúscula? 

Evidentemente lo exigible sería un tejido social que diera cobertura y sustento emocional, legal y económico para que otras mujeres, que no gozan del mismo privilegio se puedan permitir alzar la voz y erigir un movimiento que les atañe más que a nadie. Pero eso no es posible porque como en el caso de Kote, ni siquiera las asociaciones feministas, salvo alguna honrosa excepción, nos han apoyado, para no perder sus privilegios y subvenciones. 

Necesitamos hacer algo, movilizarnos. Hacer ruido, sacudir conciencias para que cada estamento de la sociedad ocupe su lugar y se posicione ante esto. Porque en mi experiencia puedo decir que dar la cara, sana y dignifica. Y nos ayuda a cumplir con la responsabilidad que tenemos como mujeres víctimas que luchamos contra el patriarcado. Pero para que esa lucha prospere y no agote nuestras fuerzas, debemos ser muchas las que nos atrevamos a romper el miedo a la exclusión y el estigma social. Reconozcamos nuestro dolor y digamos alto, claro y con orgullo: sí, abusaron de mí, pero me he reconstruido y sigo viva para contarlo.


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