El 19 de septiembre el volcán de Cumbre Vieja en la isla canaria de La Palma estalló. Se rompió su cráter y tembló hasta el suelo. Una nube de humo mostró a todo el país que todo ese paisaje volcánico del que presumen las islas y con el que se sorprenden los turistas, no está ahí por casualidad. El volcán provocó el confinamiento domiciliario de muchas familias que volvieron a vivir en primera persona el primer semestre de 2020, recordando que ahora el miedo amenazaba debido a la lava. Otras tantas tuvieron que abandonar sus domicilios. Y hoy, casi un mes y medio después, ya suman más de 6.300 los evacuados por el volcán, en varias zonas de la isla.
Hay pueblos que ya se dan por desaparecidos, iglesias que se derrumban. Y suelos que siguen temblando porque el volcán está muy vivo y no parece que quede poco para que vuelva a dormirse. Nadie habla de drama humano, pero lo es y lo hay. Más allá de que el volcán suponga que muchas familias hayan tenido que abandonar sus casas en 45 minutos como mucho. ¿Es ese el tiempo que dura una vida entera?
Si tuvieras que desalojar tu casa en 45 minutos ¿qué te llevarías? ¿Quizá los álbumes de fotos, si es que los tienes? ¿La ropa, los libros o los dibujos que tus hijos hicieron y que tienes colgados en la nevera? En 45 minutos muchos palmeros han tenido que dejar atrás una vida entera de recuerdos. Abandonan sus hogares porque puede que la lava y la acción del volcán destruya sus casas. La sensación de hogar la llevan en su interior y quizá esos pocos enseres que han podido recoger les recuerde algún día lo que pasó, dónde estaban en aquel momento y cómo han tenido que construir de nuevo recuerdos nuevos en otro lugar. Al que quizá vuelvan a llamar hogar.
Un volcán que hace pensar qué valorar de la vida
El resto del país mira con asombro cómo la naturaleza crea y destruye a la vez porque La Palma dicen, crecerá unos kilómetros más. La lengua de lava en su llegada al mar, está generando pesadez en el aire que se respira pero ha creado una superficie nueva que algún día se contará en kilómetros que se han sumado a la isla. Que la propia naturaleza ha querido que se sumen, por cierto.
En el resto de las islas, los canarios miran con temor lo que está ocurriendo en La Palma, porque puede que también un día les pueda ocurrir a ellos. Y mientras, los telenoticias se afanan por recoger el testimonio de la gente, por dar a conocer que el volcán ha rugido, expulsa lava y provoca también muchas lágrimas que el más empático comparte desde el sillón de su casa, sin pensar que en 45 minutos no puede medirse una vida entera. Que en 45 minutos es imposible llevarse recuerdos como las risas en familia en torno a la mesa del comedor.
Tampoco los primeros pasos de un hijo que caminó indeciso por ese largo pasillo que separa las habitaciones de la cocina. Ni el olor del guiso de una abuela. O la sensación tan bonita que se tenía al soplar las velas del cumpleaños rodeado de quien más se quiere. Tampoco el sonido de las gallinas mientras corretean en su espacio a las afueras de la casa… En 45 minutos se puede recuperar poco.
El volcán ha hecho perder mucho. Lo material, ya se sabe… El Estado lo deberá contabilizar en millones de euros cuando considere que debe indemnizar a los afectados. Y la partida que le toque a cada uno puede que le ayude a comenzar una nueva vida en otro lado. Esa que se tuvo que recuperar en 45 minutos. La que tuvo que rescatarse con el miedo en el cuerpo, con el temor a que la lava llegase antes de tiempo y con la pena de que todo eso nunca volvería a ser igual… esa no se puede contabilizar.
Y llegados a este punto cabe preguntarse: ¿valoramos tanto lo intangible como debiéramos? Porque la vida está llenísima de esos 45 minutos que algunos solo tienen para salir de sus casas y escapar. Sin embargo, estamos tan ocupados preocupándonos por nimiedades, que no sabemos valorar cómo ni en cuánto se puede medir una vida entera.