Barbijaputa cancelada. El 24 de abril de 2025, el diario Público anunció el cese de su colaboración con María Pozo Baena, conocida como Barbijaputa. El motivo: un artículo considerado “transfóbico” por el medio. La activista feminista, tras cinco años como columnista, ha sido despedida por un texto que celebra una sentencia británica que prioriza el sexo biológico sobre la autopercepción de género, excluyendo a personas trans de espacios femeninos. Vaya por delante que quien escribe también celebra, y mucho, la sentencia británica. Es un soplo de cordura entre tanto wokismo demencial.
El lío se inicia el 21 de abril, cuando Barbijaputa envía su artículo a Público. Sin respuesta inicial, el texto es revisado por el director, Manuel Rico, y finalmente vetado. La columnista denuncia la “censura” en X, publicando el artículo en su blog personal. Público justifica su decisión alegando su compromiso con los derechos trans. Y además acusa a Barbijaputa de “deslealtad” por su campaña pública contra el medio, por lo que rompe su relación laboral.
Este episodio no solo ha desatado un debate sobre la libertad de expresión, sino que también expone una paradoja sobre la que reflexionar: Barbijaputa, conocida por su activismo radical y por promover la “cancelación” de figuras masculinas acusadas de machismo, ha sido víctima de la misma dinámica que ella empleaba. Ya probó de su propia medicina no hace mucho cuando se airearon sus tuits de ideología abiertamente nazi. Aquí se lo contamos. Y lo de ahora es la culminación de su cancelación.
Barbijaputa y el que a hierro mata…
La ironía es innegable. Barbijaputa, célebre por su feminismo combativo, ha impulsado boicots y linchamientos en redes contra hombres como José Coronado o Íñigo Errejón, acusándolos de perpetuar el patriarcado. En 2016, promovió campañas contra cómicos y marcas por actitudes machistas, exigiendo su exclusión. Sin embargo, su discurso, ahora tildado de transfóbico, la coloca en el lado opuesto: cancelada por un medio que considera su postura incompatible con sus valores progresistas. Este giro es una clara evidencia de cómo la cultura de la cancelación, que Barbijaputa abanderó, puede volverse fácilmente en contra de quienes la practican.
El caso plantea un cuestionamiento sobre los límites de la libertad de expresión y la coherencia ideológica. Mientras Barbijaputa denuncia censura, sus críticos señalan que su artículo perpetúa narrativas excluyentes. La activista, que en el pasado exigió silenciar voces discordantes, ahora enfrenta el mismo ostracismo. Y su despido no solo refleja tensiones dentro del feminismo institucional, sino también la fragilidad de un activismo que, al abrazar la cancelación como arma, termina siendo devorado por sus propias reglas.