Anoche tuve una pesadilla. Y no es lo habitual en mí. No suelo soñar —ni para bien ni para mal—. Bueno, quiero decir que, si lo hago, me despierto sin recordarlo. Me duermo, y al despertar, es como si alguien hubiera pasado la noche dándole a “borrar historial”. Nada. Solo el cuerpo descansado y las ganas de empezar el día. A riesgo de soñar.
Porque eso sí: me gusta empezar el día bien. Con un café como si fuera champán. Mirando por la ventana, aunque no haya nada especial que ver. Valorando, aunque sea por unos segundos, que tengo otro día por delante.
Todo sigue. Respiro. El corazón se sacude, pero late. Estás viva. Puedes volver a empezar
Pero anoche fue distinto. Soñé que moría. No de forma épica ni con música de fondo. No me mataban ni sufría un accidente. Simplemente… dejaba de estar. Como si me deshiciera. Nadie lo notaba. Nadie preguntaba por mí. Como si nunca hubiera existido. Una película de terror donde la protagonista (yo) desaparecía sin dejar rastro.
Me desperté empapada en sudor, desorientada. Y entonces, el alivio. No me he muerto. Estoy aquí. Todo sigue. Respiro. El corazón se sacude, pero late. Y con eso basta. Es impresionante ese momento en el que entiendes que lo terrible solo fue una imagen, un terror propio. Que puedes levantarte. Que estás viva. Que puedes volver a empezar. A riesgo de soñar.
Un instante de magia. Un encuentro imposible. Una escena que nos abre una ventana
Las pesadillas tienen eso. Nos zarandean, nos sacan de sitio. Nos obligan a mirar lo que normalmente evitamos. Hay quien dice que tienen significado. Yo creo que son altavoces de nuestros miedos. Eso que el inconsciente no sabe —o no se atreve— a volver consciente.
Y aún así, cada noche, volvemos a meternos en la cama. Cerramos los ojos. Nos rendimos al sueño. A riesgo de que algo nos sacuda. A riesgo de volver a perdernos un poco. Pero también a riesgo de que pase lo contrario: de que el sueño nos devuelva algo. Un instante de magia. Un encuentro imposible. Una escena que nos abre una ventana.
La canción que mi hijo canta a voz en grito cuando empieza cada día: “Hoy me he levantado dando un salto mortal”
Y entonces me viene a la cabeza esa canción que mi hijo canta a voz en grito, como si no pudiera empezar el día sin ella:
“Hoy me he levantado dando un salto mortal…”
Porque sí. Ese salto es la vida. Entre pesadilla y sueño. Entre lo que tememos y lo que deseamos. Nos lanzamos igual. Sin garantías. Sin saber qué nos espera.
No dejes de soñar. Pueden llegar historias que inspiren. Que te den alas. que te hagan dar un salto mortal. A riesgo de soñar. De vivir
Y no, no es que necesite soñar cosas bonitas para estar de buen humor. El humor lo traigo de serie. Pero hay noches en las que el sueño me deja una historia, una imagen, una emoción que me acompaña todo el día. Y entonces todo se intensifica. Todo sabe más. Todo pesa menos. Y tengo más ganas de vivir.
No dejes de soñar. Métete en la cama, aunque dé un poco de vértigo. Porque también pueden llegar historias que inspiren. Que te den alas. Que te hagan levantarte con un salto mortal.
A riesgo de todo. A riesgo de vivir