Salvar la Navidad, como si se tratara de un título de película americana de sobremesa, se ha convertido en el claim más utilizado en las últimas semanas desde la tribuna política. Además, entre medias, multitud de medidas restrictivas, de movilidad y de concienciación ciudadana para evitar que el virus se propague…y conseguir así salvar la Navidad.
Aunque ya avanzamos que va a ser complicado. Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, los servicios de salud en algunos países “se están viendo perturbados” por los efectos del COVID-19. Y no solo los servicios de salud mental, también la gente de a pie: esa que conforma el grueso de las estadísticas, los números a los que se refieren los estudios e informes y que se ve afectada por la situación. Depresión, ansiedad, insomnio, son otros efectos colaterales que están afectando tanto a los ‘infectados’ como a los que no lo están o ni siquiera lo han estado.
Por tanto, ¿cómo salvar la Navidad cuando llevamos cerca de 9 meses viviendo una realidad paralela que se ha convertido en la realidad «real«? Explicarnos a nosotros mismos que vivimos una de esas distopías que tanto nos gusta disfrutar en el cine o con la lectura de un buen libro, es redundar sobre lo que a diario nos muestran los medios de comunicación, tanto los oficiales como los alternativos: nada basta.
Con mirada de niño…
Una vez más, los niños, portadores de sonrisas aunque se vean obligados a llevar una mascarilla la mayor parte del día, son quienes nos enseñan a los adultos a leer entre líneas. Para ellos, salvar la Navidad no es otra cosa que escribir una carta a los Reyes Magos con la misma ilusión que el año anterior. Quizá algunos incluyan entre los juguetes que desean, que llegue pronto una vacuna o que, radicalmente, se acabe el coronavirus. Como cuando se pide que se terminen las guerras del mundo o el hambre en África. Un deseo va, como otro deseo viene.
Para un niño, la Navidad es la época del año en la que más luces de colores alumbran los balcones de las casas. También es la época en la que se adorna todo de manera alegre. Y se cantan villancicos y hasta se permite tocar panderetas sin importar que al vecino de al lado le moleste el exceso de ruido.
Este año no habrá cabalgatas en las ciudades y pueblos. Pero como es magia, sus regalos continuarán apareciendo bajo el árbol o bajo un zapato puesto con esmero para que sus majestades de Oriente sepan localizar a quién le toca qué. Sin embargo, también habrá niños que este año no reciban nada porque la situación económica en muchas familias no incita al optimismo. Pero estamos seguros de que esos niños tendrán una pizca de ilusión, aunque sea para contar los días que quedan para que llegue la Navidad. Y si eso no es salvar la Navidad, que venga quien sea y nos lo niegue.
Porque tal vez, salvar la Navidad sea ver todo con los ojos de un niño. Como si esos ojos que han crecido y ahora visten canas, no hubieran perdido la inocencia, ni la alegría. Y, sobre todo, la ilusión de pensar que todo es posible.