MI PACTO DE CABALLEROS CON EL PAPA FRANCISCO

He lamentado hondamente la muerte de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco. No soy quién para juzgar su papado, pero a mí me ha gustado y considero que han sido más sus aciertos que sus errores.

Sabía de qué pasta era Bergoglio porque estuve en las villas miseria de Buenos Aires y allí me hablaron mucho y con detalle de su trabajo en favor de tantas decenas de miles de desheredados de la tierra que malviven junto al centro de la que quizá es la ciudad más bella que conozco.

El Papa Francisco se ausentó unos minutos del Cónclave y se fue al baño a pedirle a Dios que no lo hiciera

Conocí también a un buen amigo suyo, que había trabajado con él en las villas miseria, y me contó que durante el Cónclave en el que finalmente fue elegido, cuando se percató de que podía ser él, se ausentó unos minutos en los que se fue al cuarto de baño a pedirle a Dios que no lo hiciera.

Tengo una anécdota que retrata la calidad humana del Papa Francisco. Yo quedo en mal lugar, pero ahí la tienen.

Sucedió poco después de que me diagnosticaran un grave carcinoma, en plena lucha. Mi ánimo no estaba muy arriba y así sucedió la cosa: Circulaba en mi vehículo por el Paseo de la Castellana. Suena el teléfono, es un número oculto y respondo, no vaya a ser una noticia. Lo era, y se me escapó viva, fui inmensamente torpe. Este fue el diálogo:

-Dígame

– ¿Melchor?

-Sí, soy yo, ¿quién eres?

-Soy el Padre Francisco (con acento evidentemente argentino. O sea, que era el Papa Francisco, así, como lo leen, y yo sin enterarme).

– ¿Nos conocemos?

-No. Una hermana tuya es amiga de un amigo mío y me han dado tu teléfono.

-¿Que quería Padre Francisco?

-Nada más que me han dicho que estás un poco malito, y decirte que sepas que rezo todos los días por ti, y quería pedirte un favor.

-Pues dígame, padre Francisco, se lo agradezco mucho.

-Quería pedirte que tú también reces todos los días por mí.

-Padre Francisco, pacto entre caballeros. Así será. No deje de hacerlo, por favor. Yo lo haré también.

Le contaron que estaba enfermo, pidió mi teléfono y me llamó, sin más, sin conocerme de nada

Colgamos y llamo a mi hermana Fátima. Se lo cuento y me dice: “Melchor, era el Papa”. O sea, el enviado de Dios en la tierra. Me había llamado a mí y no me había dado cuenta y no había alargado la conversación lo que me hubiera gustado. Imperdonable. Resulta que mi hermana es amiga de un sacerdote argentino amigo del Papa, y le había comentado como andaba yo. Y el amigo de mi hermana se lo dijo al Padre Francisco, y este le pidió mi teléfono y me llamó. Así, sin más, sin conocerme de nada.

Evidentemente, si ya me gustaba este Papa Francisco, desde la llamada me cautivó del todo. Me reforzó en mi fe, entendida la fe como una suerte de confianza espiritual, libre e independiente, con la protección de todos los misterios y las dudas. La fe te acompaña y te ayuda, incluso a algunos les salva, no sé de qué, pero les salva, y lo respeto profundamente. No es adoctrinamiento y nadie te obliga a tenerla. Se tiene o no se tiene. Algunos la tenemos y somos felices por ello.

Esta llamada me confirmó su inmensa capacidad para hacer el bien y ayudar a los necesitados. ¿Quién soy yo para recibir una llamada del Papa, y además sin ser capaz de reconocerle? Supina torpeza. Dios me libre de presumir de nada, por segunda vez lo cuento y lo hago porque acredita la calidad de este Padre Francisco, su proximidad con los seres humanos. Mi sufrimiento era una broma comparado con el sufrimiento de los que sufren de verdad. Que el Papa perdiera tres minutos de su valioso tiempo en llamarme me ha convertido en un privilegiado que no merecía tal honor. Pero desde que colgamos he cumplido el pacto entre caballeros que hice con él sin saber quién era. Por supuesto que sí. Aunque estoy seguro de que él lo ha cumplido con más intensidad y acierto que yo.

Gracias, muchas gracias y Dios le bendiga Padre Francisco. Descanse en paz que se lo merece y se lo ha ganado. Y no me abandone por favor. Hágame alguna recomendación con el Jefe allí arriba.

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