De forma recurrente se elaboran encuestas a los más pequeños en las que se les pregunta qué quieren ser de mayores. Las respuestas van cambiando con el tiempo y profesiones como maestra, bombero o veterinario se iban repitiendo año tras año. Hace una década lo que querían ser nuestros niños no tiene apenas nada que ver con lo que dicen que quieren ser a día de hoy. Profesiones como la de influencer, youtuber, gamer han empezado a aparecer en las conversaciones y las mismas encuestas de hace algunos años. Y deseos como el de “ser rico”, “grabar vídeos” o “tener fama” suelen primar por encima de otros muchos como la tolerancia, la generosidad, el esfuerzo o la capacidad de aprender cada vez más. De esto se da uno cuenta cuando va creciendo, pero el germen y la semilla suelen sembrarse a edades tempranas.
Esta semana Carlos Alcaraz, a sus veinte años, ha logrado ganar el torneo de Wimbledon. Lo ha hecho con esfuerzo, sacrificio y muchos años de entrenamiento a sus espaldas. Pero lo que la mayoría de los medios ha querido destacar del joven ha sido que “es un joven normal”, que hace años “iba pegado al móvil” o que cuando cursaba sus primeros años en Primaria, destacaba por ser un poco “travieso” y hasta “desastre”. Cualidades que se presumen suelen tener los niños y que no es extraño encontrar en cualquiera de los pequeños que conozcamos.
Se han esforzado por mostrarnos que Alcaraz es un joven como cualquier otro, con las mismas preocupaciones e inquietudes. Pero no lo es. Es, desde ahora, uno de los deportistas más grandes que alberga nuestro país. Como también lo son Rafael Nadal, Pau Gasol, Carolina Marín o Alexia Putellas. O como muchos otros, de deportes no tan mediáticos, que cada día entrenan en centros de alto rendimiento o que sueñan, en la pista más alejada de su barrio, en una ciudad cualquiera, que quizá, algún día, esforzándose mucho, harán de lo que practica, su modo de vida.
Valores como el esfuerzo y la disciplina que se cultivan
Carlos Alcaraz se ha convertido en el tenista masculino más joven en llegar a ser el número 1. Y según muchos expertos lo ha hecho sustentándose en valores como el talento, la ambición, el autocontrol, el sacrificio, la autoestima, la audacia, la humildad, la autocrítica, la actitud positiva. Y, según algunos más, por el amor a sus seres queridos, algo que demostró al acercarse a todo su entorno para regalarles y que estos le regalasen, un largo abrazo como colofón al enorme triunfo tras el último set.
Estos y otros valores son los que encumbran a un gran deportista. Los que también se ven reflejados en las grandes personas y en profesionales como científicos, escritores, filósofos y pensadores, artistas, pero también pasteleros, carpinteros, dependientes de comercio, camareros, que también han tenido alguna vez una infancia en la que su mayor sueño fue dedicarse a lo que se dedican hoy. Otros, quizá, han llegado a la edad adulta siendo algo que se encontraron por casualidad y que, puede, que también les haga feliz. Otros tantos trabajan y estudian mientras trabajan, confiando en que el esfuerzo les conducirá al éxito.
Y de hecho esta frase suele ser bastante utilizada en campus deportivos para niños, en perfiles de entrenadores y en las firmas de correos electrónicos de quienes confían en que esforzarse vale la pena para conseguir o por lo menos intentarlo, aquello que se anhela. Y este aprendizaje comienza cuando aún no se cuenta con dos cifras en la edad. E incluso cuando ya empieza a asomar la adolescencia. Se siembra, se riega y se deja crecer para que en la edad adulta, quizá el fruto empiece a florecer.
Muchos deportistas cuentan que crecieron bajo el paraguas de la disciplina. También el del esfuerzo. Y dan muestra, tras sus declaraciones cuando ganan, pierden o se lesionan en medio de un partido, del enorme equilibrio emocional que tienen tras de sí. Quizá ése sea el secreto. Porque alguien se lo inculcó o porque ellos lo aprendieron. Después de todo, el cerebro es el que suele mandar en todas nuestras acciones. Incluso el corazón se puede llegar a mover por su culpa. O viceversa. Y esto no se consigue admirando lo que se ve tras una pantalla, contabilizando likes o persiguiendo seguidores a golpe de talón. Los valores se cultivan. Como todo lo que merece la pena en la vida.