El pasado 21 de junio en un supermercado de Málaga surgió una polémica que ha estado espolvoreando ataques y tensiones por medios y redes sociales a lo largo de toda esta semana. Semana de festejos por el Orgullo Gay, por cierto. La polémica apareció tras haber llamado una cajera del supermercado “caballero” a un cliente que debía de estar pagando. Lo hizo repetidas veces, “disculpe, caballero”, “caballero”, y tal vez le saliera también algún “perdone, caballero”. Puede que la cajera quisiera captar la atención de su cliente. O incluso entablar una conversación cordial con él, de las típicas que empiezan con un “disculpe” y acaban con un “gracias”. Cortas, escasas, pero cordiales, suficientes para respetar las normas básicas de comunicación en un supermercado.
Sin embargo, la cajera no se percató de que su cliente tenía en la muñeca una pulsera multicolor y vestía una falda. Se trataba de una persona trans. Ésta al recibir la palabra “caballero” en repetidas ocasiones, ha convertido lo que podía ser un gesto rutinario en una aburrida mañana de verano de un supermercado de Málaga en motivo de debate y disputa. El cliente resulta que ostenta la presidencia de una organización llamada Trans Huellas que lucha contra la transfobia.
Y como suele ocurrir en estas ocasiones, sobre todo en los últimos tiempo, no ha habido medias tintas en torno a los linchamientos. Se ha linchado en redes a la cajera del supermercado. Sí, por haber llamado “caballero” varias veces a la persona que, claramente, era trans. Y linchamiento también a la persona trans, acusándola de querer incendiar el debate público en torno al género.
Una palabra «caballero» en una situación equivocada que crea tensión y malestar
Trans Huella ha ido compartiendo en redes su malestar por lo sucedido en el supermercado malagueño. Entendían que el asunto no podía dejarse zanjado únicamente con una hoja de reclamación exponiendo el malestar causado por el comentario de la cajera. Porque tal vez dieron por hecho que esas hojas de reclamaciones son, en ocasiones, papel mojado que se entrega al encargado de un establecimiento. Y ya “si te he visto, no me acuerdo”. Falla, por tanto, el sistema de comunicación en muchas empresas y, sobre todo, en muchos establecimientos públicos. Como también falla la queja sistemática hacia afuera.
Por lo general, estamos ya tan cansados de ver que la queja en sí misma no suele servir para nada, que optamos por alzar el altavoz de las redes sociales para tratar de viralizarla. A veces es Twitter, otras Instagram. Otras son simplemente los Estados del WhatsApp los que nos permiten dar a conocer a mucha más gente de la que en la vida real seríamos capaces, aquello que nos produce rechazo, malestar o enfado. Hemos comprendido que una queja escrita en un papel no es suficiente. Necesitamos darla a conocer al mundo. Aunque no conozcamos a la mitad de ese mundo.
El supermercado no se ha pronunciado. Pero en medios se ha dado a conocer que la cajera, tras ver el alcance de su comportamiento, tuvo que ser atendida tras sufrir un ataque de ansiedad. Quizá un “caballero” habría sido suficiente. Tal vez aplicar la llamada “escucha activa”, también. Esa escucha que nos hace falta en ocasiones a todos. Y que se basa, simplemente, en la observación y la empatía hacia el otro. Al llamarle “caballero”, una mirada a sus ojos habría servido para detectar que la persona se estaba incomodando. O, por lo menos, le molestó la manera en que se estaba dirigiendo a ella.
Repetir esa forma de dirigirse a ella varias veces, quizá podría tomarse como “ensañamiento”, pero estamos acostumbrados a que las palabras, palabras son. No hacen daño porque, dicen, se las lleva el viento. Pero a veces, no sabemos con quién estamos entablando una conversación. No conocemos el daño que lleva en su interior, o lo que ha sufrido en los últimos tiempos. Tampoco, el trauma que puede llevar a sus espaldas y la mochila de preocupaciones, complejos o inseguridades.
Lo que ocurrió el otro día en el supermercado de Málaga no es otra cosa que la muestra inequívoca de que nos estamos equivocando como sociedad. Nos falta tiempo para empatizar con el otro y a la vez tomamos una simple chispa para incendiar todo de lo que seamos capaces de prender.
Nos falta ese toque empático que a veces queremos para nosotros. Porque vamos rápido, acelerados, en nuestras conversaciones no nos importa el con quién, sino el qué… Y ocurre que el resultado suele ser éste: un verdadero desastre.