La guerra de Yemen es desconocida para la opinión pública. Los periodistas no pueden entrar en zona rebelde y solo tienen la versión de la coalición. Es normal que no se hable de una situación en la que han perdido la vida más de 370.000 personas sin ningún juicio por crimen de guerra y en la que Occidente, después de todo, está colaborando mano a mano con terroristas.
La cruenta guerra comenzó en 2015 y dividió al país en 2. Al sur y al este se ubican los partidarios de Al-Hadi, apoyados por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (la coalición) y al noroeste los rebeldes, donde viven aislados el 60% de los yemeníes controlados por el movimiento político y militar Ansarolá. Al-Hadi y sus aliados también reciben apoyo de las Naciones Unidas y la ayuda armamentística de EEUU, Reino Unido y Francia.
Por otro lado, la coalición contrata mercenarios de Sudán como el caso de Idriss, que fue apresado por los rebeldes y afirmaba para DW Documental que, antes de que lo apresaran, había sido testigo de alianzas bastante sorprendentes: “Había un grupo que era parte del partido Al-Islam, estábamos separados pero en el mismo lugar; combatían en la primera fila y nosotros estábamos detrás”. Algunos de los integrantes de Al-islam, extremistas que actúan a favor de la coalición, casualmente además entraron en Al-Qaeda, quienes también quieren acabar con Ansarolá y los hutíes, como afirmó su líder Khalid Batarfi: “luchamos contra los hutíes y sus partidarios en más de 11 frentes en diferentes regiones de Yemen”.
Yemen: la política se convierte en una hipócrita
Además, algunos acontecimientos como la sospechosa muerte del portavoz de la organización terrorista, Al-Anissi, después de reivindicar el atentado de Charlie Hebdo, o la libertad con la que pudo moverse Peter Sharif en Yemén tras ser relacionado con estos mismos atentados, dan lugar a pensar que existe cierto trato entre la coalición, occidente y organizaciones terroristas. Al-Roweichan, viceprimer ministro y director del servicio secreto yemení apuntaba refiriéndose a la coalición: “Buscaron alianzas basadas en creencias religiosas. Es decir, con los salafistas y la gente de Al-Qaeda”. El ministro de asuntos exteriores de Ansarolá, Al-Ezzi, también anunciaba: “Al-Qaeda y el Estado islámico son parte integrante de la coalición reconocida internacionalmente. Incluso son una parte importante de la coalición. Los partidarios de Estado islámico y Al-Qaeda están muy presentes en Marib, están en primera línea y luchan de lleno”.
Por último, existen también algunas imágenes del terrorista Khalid Al-Aradah, quien aparece en las listas de los líderes de Al-Qaeda más buscados, junto con oficiales del ejército de la coalición cerca de Marib, a escasos metros de la mano derecha de Al-Hadi y de su ministro de defensa o al lado de los líderes de la coalición en Riad en 2019. O las imágenes de Al-Hamiqani, quien es, según EEUU, un líder de Al-Qaeda pero que, sin embargo, aparece en la oficina del presidente exiliado Al-Hadi en el documental ya mencionado o dándole la mano al por entonces secretario general de la ONU, Ban Ki- moon. Queda claro así, que ante un rival común, la política se convierte en una hipócrita, Occidente se convierte en aliado de Al-Qaeda y el enemigo de tu enemigo se convierte en tu amigo.