LA SALUD MENTAL EN LOS MENORES

Dentro de varias décadas contaremos que en 2020 nos vimos obligados a estar confinados en nuestras casas por un virus que trastocó todo el orden mundial establecido. Se nos forzó a emplear las nuevas tecnologías para todo. Se nos impidió tocarnos, abrazarnos y entrar en contacto con el de al lado de forma natural, lanzándonos al vacío de las relaciones virtuales. Nuestros menores lo han vivido como parte de su infancia y adolescencia. Esto irremediablemente les ha marcado de por vida, aunque muchos de ellos declaren haber salido indemnes de ello.

Hoy que ya ha pasado un poco de tiempo y podemos empezar a ver las consecuencias de tan surrealista situación -distópica dirán algunos-, los expertos se llevan las manos a la cabeza por el alto crecimiento de menores que presentan problemas en su salud mental. Depresión, ansiedad, pero también agorafobia, crisis de agresividad y otros trastornos del comportamiento, están engullendo a nuestros menores. Algunos incluso, precisan ingreso psiquiátrico. Desde la SPI-AEP (Sociedad de Psiquiatría Infantil) alertan de que las consultas psiquiátricas en menores de edad se han triplicado en los últimos años. Más grave aún, los casos de suicidio en jóvenes de entre 15 y 29 años también han crecido: lo cifran en un 59%.

Crecen, como han crecido también los trastornos de conducta, déficit de atención e hiperactividad. Y no es extraño sospechar que las pantallas y esta nueva realidad virtual que nos ha tocado vivir en primera persona, tengan mucho que ver en ello. De hecho en el momento en que desaparecen los afectos, lo táctil, el contacto, desaparecen en nuestro cerebro muchos otros estímulos que ayudan a que nos comportemos como nos comportamos. 

Así la sensación de sentirse solo es aún mayor cuando no tienes a nadie a tu alrededor. Por mucho instagramer que nos guste seguir, mucho youtuber que veamos o mucho twitch que consumamos, que con aquello de que todo es en directo parece que está solucionado pero no, todo lo contrario.


La salud mental importa todos los días del año

Todas estas señales de alarma se dieron a conocer esta segunda semana de octubre con motivo del Día Mundial de la Salud Mental. Las redes sociales se llenaron de frases bien avenidas. De consejos y mensajes que incitaban a que nos preocupásemos del de al lado, ya que desde la pandemia, la cercanía con los nuestros parece estar infravalorada. Pero es más importante de lo que parece. 

¿Qué piden los expertos? Mayor refuerzo de la atención primaria infantil, más programas de atención a la salud mental y más herramientas con las que frenar este crecimiento. Solicitan que se trabaje para crear la especialidad de Psiquiatría infantil y de la adolescencia. 

¿Qué piden los menores? Atención, ni más ni menos. Necesitan que se les oiga, se les escuche, se les observe más de cerca. Porque está muy bien alertar de que las cifras crecen pero si no se hace nada no solo se queda ahí, sino que crecerán más. Parece que no pero los problemas de la salud mental suelen ser contagiosos y arrastran aunque no se quiera ser arrastrado. Muchos piden ayuda sin cruzar una sola palabra con nadie. Se dice que los silencios cuando los niños son bebés son la primera señal de peligro en una casa, pero cuando el niño crece o cuando el adolescente se encierra y su lenguaje también es el silencio, en realidad es más que un grito de ayuda lo que se está produciendo. 

¿Alguien se ha preguntado por qué nuestros menores se comportan como se comportan? ¿Cómo se sienten? ¿Qué necesitan? Las generaciones cambian. Y el salto que se produce siempre de padres a hijos deja regueros de dudas que muchos no saben cómo las deben afrontar. Las nuevas tecnologías tampoco ayudan y en ocasiones, la palabra dicha o incluso la que no se dice, puede sanar más heridas de las que pensamos. 

Las familias se llevan las manos a la cabeza porque su hijo adolescente ya no sale de su habitación y visita centenares de páginas en Internet a las que hace tiempo perdieron el rastro. Hace unos años seguro que suspiraban aliviadas cuando de más pequeños les dejaban un rato el móvil para que vieran entretenidos a los Cantajuegos en YouTube. Hoy no entienden por qué su adolescente se enfunda unos auriculares y no cruza palabra con nadie de la familia.

¿Se ha perdido el contacto? A veces sí pero otras hemos dejado que se pierda. Incluso nos hemos perdido nosotros en el mar de lo digital. Facilitando el olvido de lo que influye una caricia en el bienestar de quien tenemos al lado. O de cómo un simple “hola, ¿qué tal el día?” es capaz de arrancar una sonrisa al más serio de la casa. ¿Qué les pasa a nuestros menores que se han echado a perder? ¿No será que en general todos somos culpables por haber echado a perder lo que realmente importa?


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