Hace unos años cuando todavía existía Tuenti, comenzó a hablarse de la exposición en redes sociales de los menores de edad. Muchos de los usuarios de esa red aún no habían cumplido los “twenty” y ni por asomo, estaban a punto de hacerlo. Después fue Facebook marcando el límite de los 14 años para poder abrir perfil y tras ella, todas las demás.
Se supone que en nuestro país, según la Ley Orgánica de protección de datos personales y garantía de los derechos digitales, un menor de edad no puede exponerse en redes sociales ni abrirse un perfil. Es más, debe contar con el consentimiento de sus padres o tutores para que se traten sus datos personales.
¿Qué ocurre entonces con todas esas cuentas que hay en TikTok, en Instagram o Facebook en las que los protagonistas son niños? ¿Dónde quedan sus derechos? ¿Y en YouTube? Se entiende entonces que en toda esa maraña de cuentas y perfiles de redes en las que prima la imagen y el vídeo, en las que se cuentan la vida y obra de madres y padres de familia, de influencers de todo tipo, en los que los protagonistas reales son los menores de edad, estos aparecen porque sus progenitores autorizan que así aparezcan. Sin embargo su derecho a la intimidad queda al amparo de lo que decidan sus tutores. Estos deciden exponerles y expuestos quedan.
La intimidad de los menores expuesta en las redes sociales
El debate se abre ahora en torno a la sobreexposición. Circula por los medios de esta semana la polémica sobre si los menores están sobreespuestos en la redes sociales o si sus padres se aprovechan de su imagen para alcanzar más likes y seguidores en sus cuentas. Y todo surge a raíz de que una famosa chef publicaba un vídeo en su cuenta de Instagram en el que aparecía regañando a su hijo de 12 años por ver demasiado la televisión. Esta chef es conocida por ser jurado de un programa de máxima audiencia en la televisión pública.
El niño afectado por la regañina de su madre, lloraba como ocurriría si regañamos a cualquier niño de su edad a nuestro cuidado. No han tardado en salir quienes cuestionan si son maneras con un menor. Si es lícito que se publique un vídeo como tal. Además si el derecho a la intimidad de este niño, como tantos otros expuestos a las redes sociales, ha sido vulnerado.
Contar por contar una historia o crear contenido en torno a los menores. Si beneficia de alguna manera a los menores no tiene por qué generar debate alguno. Pero si el contenido tiene un trasfondo publicitario, ya se hablaría de mercantilizar la imagen de los menores para beneficio de los adultos que los exponen. De ahí la gravedad. Que se olvida lo que les pueda preocupar a esos menores cuando lleguen a la edad adulta. También que Internet tiene memoria y que para borrarla hace falta mucho más que un escrito elevado a quien se encargue de borrar la memoria de Google o cualquier otro buscador.
Como tantas otras cuestiones en las que deciden los padres sobre lo que puede interesarles o preocuparles a los pequeños, en esto de Internet no cabe discusión alguna. Mientras no se cercene la integridad moral de los pequeños, todo vale. O al menos de momento todo está valiendo porque nunca se hace con el objetivo de dañar a los pequeños. “Solo” se les expone y a veces de manera gratuita.
Esto ha pasado siempre con el debate en torno a la publicidad en la que aparecen los menores. Me refiero a los catálogos de fotos en los que los protagonistas son niños. Ahora vuelve a ocurrirnos con la exposición de los menores en Internet y las redes sociales. Y esto desde nuestra visión como adultos. A nadie nunca le ha dado por preguntarse qué pensaría de todo esto si fuera niño. ¿Qué pensarán ellos?