LA MONOGAMIA: ¿EL FIN DEL AMOR?

Hace un par de años un informe reveló que el 25% de los jóvenes creía en las relaciones con más de una persona a la vez. Se consideraban poliamorosos. Admitían necesitar múltiples experiencias afectivas con varias personas a la vez para poder llegar a sentirse plenos y satisfechos. Quizá esta concepción del amor choque con los estereotipos habituales de nuestra sociedad. Pero también es cierto que cada vez se oyen más voces que afirman que la monogamia es un invento de la tradición judeocristiana. Dicen que lo realmente “natural” es sentirse atraídos por más de una persona de manera simultánea. 

En el reino animal dicen que los humanos somos la especie “pensante”. Pero en la práctica nos movemos en ocasiones también por instinto. Algunos incluso muy a menudo necesitan aprender a controlar aquellos impulsos que no saben por qué llegan y cómo pueden afectarles tanto, sin apenas posibilidad de controlarlos en su totalidad. Somos animales también aunque nos consideremos superiores a los gorilas, las aves, los peces o los delfines. 

Todas estas especies aman, forman clanes y familias. Quizás no sean conscientes de que lo hacen pensando en que están enamorados o que los núcleos que forman son monógamos o no. Pero lo hacen y es lo que nos sirve para argumentar que la fidelidad entre los animales suele responder casi siempre al intento de asegurar la supervivencia de su especie. Se reproducen, gestan y crían a sus crías. Se protegen mutuamente de las posibles amenazas que puedan encontrarse. Responden a sus instintos bajo el único prisma de la supervivencia. Ser monógamos se da sobre todo en las aves y resulta raro en el resto de los invertebrados. En el caso de los mamíferos solo la practican entre el 5 y el 9% de las especies. 

En la especie humana durante el Neolítico, muchas sociedades de cazadores y recolectores descubrieron la vida estable. Sin embargo al igual que se compartía la caza o el refugio, las parejas y la actividad sexual también eran compartidas entre los miembros. Poco a poco nos fuimos volviendo monógamos. Para evitar el infanticidio, que los machos pudieran asegurarse a las mujeres y concentrar la herencia de las posesiones. Y en la actualidad para evitar, según aseguran otros, enfermedades de transmisión sexual. Pero no es algo que se mantenga en el 100% de nuestra especie. Se sabe que tan solo 43 de las 238 sociedades existentes en nuestro planeta son monógamas. ¿Qué es lo que ocurre entonces?


¿Estamos hechos para la monogamia?

Que estamos cambiando o por lo menos que ya no da tanto miedo hablar de lo que no ha sido por tradición lo habitual. Tal vez sea únicamente evolución. Una evolución que están propiciando además las redes sociales en cierta medida, las aplicaciones y el mundo online. Ya que como aseguran algunos expertos, posibilitan el mantenimiento del contacto con mayor número de personas en la distancia, sin necesidad de mantener la relación de manera continua y pudiendo sentirse “transgresores” al saltar de una relación a otra sin ningún tipo de miramiento. Ahora bien ¿salirse de la monogamia es sinónimo de infidelidad?

Sí, si se utiliza la mentira y el ocultamiento. Por poner un ejemplo y citando el auge de aplicaciones de citas, la red social Second Love observó un notable incremento de sus servicios en línea en los últimos años. De hecho tras la pandemia quiso realizar una encuesta a sus usuarios en Argentina tras la que determinó que más del 50% de los usuarios potenció sus deseos de flirtear con personas más allá de su pareja habitual durante la pandemia. Y yendo más allá, indican que el 90% de los usuarios afirmó que logra intimar en las citas que concreta online a pesar de todas las restricciones que ha marcado la pandemia. 

Así surge otro concepto de naturaleza espinosa que habla de la infidelidad. Aunque sus límites están más claros de lo que puede que estén de momento los del poliamor y los diferentes tipos de monogamias. Porque haberlos, haylos. De hecho recientemente han surgido voces dentro de la psicología y la terapia sexual que atienden a diferenciar la monogamia social, que implica tener una pareja para toda la vida, con la que se convive y se comparte la vida entera o al menos un determinado periodo de tiempo y la monogamia sexual, la que implica no mantener relaciones con otras personas más allá de la pareja habitual. ¿Realmente forman parte de nuestra evolución natural o son una práctica aceptada tras siglos de convencionalismos sociales y tradición?

Muchos dejan de pensar que las relaciones convencionales, ya no las de toda la vida sino las de “con una sola pareja», son símbolo de la tradición. Y suponen más que estabilidad, convencionalismo, aburrimiento y ataduras. De hecho para quienes dicen querer vivir en absoluta libertad, el poliamor es la situación lógica en la que deberíamos encontrarnos todos.

Sin pensar quizá que esa libertad que dicen encontrar en las múltiples relaciones, también la toquen y la vivan quienes deciden ser monógamos sexuales, sociales o monógamos en general sin más. Porque ser libre no implica obligar al otro a que piense como nosotros. Sino hacer y dejar hacer. Más allá de cualquier convencionalismo, estereotipo, prejuicio o juicio de valor. Al fin y al cabo en las relaciones monógamas, poliamorosas o lo que quiera que sea lo que sentimos por quien lo sentimos, de lo que se trata es de ser felices. Buscar al fin y al cabo, la felicidad. 


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