ACOSO ESCOLAR POTENCIADO POR LAS FIGURAS DE AUTORIDAD Y LA FALTA DE RECURSOS

El acoso escolar ha existido desde siempre. Cambian las tácticas, las formas e incluso el nombre (conocido actualmente como “bullying”) pero la intención es la misma. Sin embargo, el concepto en sí, la perspectiva y la recepción social han sido objeto de debate entre los padres de los estudiantes (sean o no afectados) y los propios centros escolares.

El término “bullying” sustituyó a “acoso escolar” dado a que popularmente se consideró un vocablo más completo. A diferencia del concepto en español, “bullying” engloba una doble vertiente: el abusado propiamente dicho (en quien recae los malos tratos) y al acosador (considerado también un individuo que sufre tanto que necesita volcar sus frustraciones y dolor en otra persona), convirtiendo a todas las personas implicadas en víctimas que precisan de ayuda urgente. De ahí que “bull” (toro) se relacione con el acosador, y la palabra completa, con el acosado.

“En la adolescencia, los agresores tendrán dolores psicosomáticos, escasa socialización y conductas de riesgo similares a las de sus víctimas”

Doménico Chiappe

Acoso escolar: intimidación dentro y fuera de las aulas

Mercedes Novo, miembro de la unidad de Psicología Forense de la Universidad Santiago de Compostela, que ha realizado distintos estudios sobre el tema en el ámbito español, sostiene que “víctimas y agresores comparten problemas de socialización y escasa comunicación con sus amistades y familiares, de los que no consideran tener suficiente apoyo”. Al fin y al cabo, “los acosadores tienen importantes consecuencias relacionadas con la salud mental, un daño internalizado parecido al de la víctima”. Pese a estas afirmaciones, no se pretende eximir al abusador de culpa o responsabilidad, sino que se busca “mirar también al agresor, que va a seguir siendo violento y así poder prevenir y actuar”.

“Una víctima es quien sufre un daño causado por la violencia”, comparte Novo. “El acosador tiene carencias y déficit en su comportamiento, y unas características personales y psicoemocionales que dañan su conducta futura, pero no se le puede victimizar. Ejerce el acoso porque le da poder y control”, añade.

El acoso escolar se imparte de varias formas, dejándonos hasta 4 tipos de bullying: verbal, físico, social y sexual. Todos ellos han evolucionado acorde con la Sociedad, incluyendo una quinta forma de intimidación: la cibernética. Al margen de pretender evaluar el grado de riesgo entre las cuatro primeras, la última guarda una diferencia notable en lo que respecta al resto, y es que mientras que el acoso verbal, físico, social y sexual sucede dentro o fuera del recinto, el acoso cibernético se traslada hasta el propio hogar de la víctima, la cual ni siquiera percibe su casa como un espacio seguro.

Los retos digitales se han viralizado, convirtiendo el maltrato en actos populares y potenciados por los mismos usuarios. Uno de los desafíos más conocidos es “la bofetada feliz” o “happy slapping”, el cual consiste en grabar una agresión y colgarla en la Red.

Amnistía Internacional (movimiento global ​ presente en más de 150 países que trabaja para que los derechos humanos) nos comparte que el ciberacoso ha aumentado en los últimos años. Más de una quinta parte (el 24,7%) de las víctimas identificadas por la Fundación Anar en 2017 había sufrido ciberacoso, el 86,9% de ellas fuera del centro escolar, además de en él. “Antes, cuando tú llegabas a tu casa estabas ya protegido. Ahora resulta que tú llegas a tu casa y te pueden seguir mandando mensajes por Whatsapp en tono desagradable o directamente amenazante”. Explica un profesor que ha trabajado en casos de acoso escolar en un Instituto de Madrid.


El importante papel de las figuras de autoridad

“El pez grande se come al pequeño”, “en la vida real el mundo es mucho más cruel”, “lo que pasa fuera del colegio no nos compete”, “la culpa es tuya por permitirlo”, “no vamos a tomar medidas porque tiene que aprender a defenderse solo” y demás frases, son los argumentos encontrados en situaciones de acoso escolar cuando las víctimas consiguen romper su silencio y exponer a sus responsables lo que están sufriendo.

Hace unos días, la madre de una víctima alertó al director del centro de que su hija estaba siendo humillada por un vídeo de una agresión, asegurando posteriormente a los medios de comunicación que nunca se llegó a tomar medidas ni asistieron a la joven. “La chica se vio arrinconada por otras cinco adolescentes, entre ellas la compañera que grabó el vídeo. Una de ellas le propinó patadas y cabezazos mientras las otras observaban mofándose. La grabación corrió como la pólvora por WhatsApp y la víctima ya no pudo ir tranquila a clase” informa el periodista Fernando Peinado. «No me hizo caso” cuenta la madre de la joven, refiriéndose al director. “Solo me dijo que si el vídeo llegaba a sus manos, tomaría medidas»

Según fuentes, la madre telefoneó al director cuando la joven empezaba a sufrir una fuerte depresión a raíz del acoso escolar, impidiéndole incluso asistir a las clases. “El director no puso empeño en parar la difusión del vídeo. Me dijo que, como pasó fuera, no era su responsabilidad”, relata ella. El director tampoco le devolvió la llamada ni le dio cita para hablar en persona.

En cuanto a que los alumnos compartieran el vídeo y se burlaran de la menor, el director se excusó afirmando que colaboró con la policía, y que no contaba con los medios para detener la difusión, así como negar rotundamente “que la menor sufriera acoso escolar», algo que no encaja con el testimonio de la víctima, quien comunicó que el Claustro ya era conocedor del acoso recibido desde un primer momento, pero que en lugar de brindarle el apoyo necesario le animaron a cambiar de centro. El jefe de estudios no sólo le regañó por sus faltas de asistencia, sino que le advirtió de que en el instituto no querían “niñas problemáticas”.

Que los responsables de estos actos abusivos jamás recibieran ningún tipo de represalias ni consecuencias legales nos puede parecer un caso aislado, pero lo que no pasa desapercibido es el hecho de que el acoso escolar ha aumentado un 240% en 2017 en España, y que sigue creciendo considerablemente cada año pese a que también existen profesores empáticos que son conscientes de los conflictos que suceden en el centro educativo, y luchan con todas sus fuerzas para proteger a sus estudiantes indistintamente de que suceda dentro o fuera del recinto escolar.


Cuando el docente es quien incentiva el acoso escolar

La banalización de la violencia no es lo único que potencia el acoso en el aula: su normalización por parte de los educadores provoca que asiente sus bases en los alumnos y que estos no sólo reciban el mensaje de que es una actitud que pueda propiciarse en el día a día, sino que, quienes sufren de maltrato, deben aguantarlo.

De esta forma, surgen varias formas de acoso escolar encabezadas por los propios docentes. Ramón Soler las clasifica en tres categorías, además de contar que “hoy en día, en muchos de nuestros colegios, miles de niños son víctimas de acoso por parte de sus profesores”. A su vez, agrega: “no sólo yo, sino también otros muchos compañeros míos recibimos en nuestras consultas a multitud de familias desesperadas por los malos tratos que sufren sus hijos a manos de algún profesor. Son situaciones extremadamente dolorosas para los niños, ya que les maltrata quien, supuestamente, es el adulto responsable que debería protegerlos”.

El acoso escolar no puede ser derrotado cuando los docentes buscan hacerles frente ya que carecen de recursos.
Los docentes que realmente quieren luchar contra el acoso escolar no cuentan con los medios adecuados.

El acoso escolar liderado por los docentes parte de la base del abuso de poder que ejercen sobre sus alumnos. Se ve cuando los educadores humillan constantemente de forma pública al menor, ridiculizándole si no ha traído sus tareas, si ha sacado mala nota en un examen. O incluso extremando la situación, propinando golpes en su pupitre o arrojándole objetos.

La omisión de ayuda es otra forma de fomentar el acoso escolar, ya que la pasividad permite que el problema continúe y, por ende, se agrave. Ignorar a los acosadores o a los niños víctimas de abuso con la esperanza de que sean otras personas las que intervengan, es una disputa que a día de hoy parece no haber desarrollado una respuesta única. De esta forma, los profesores que rehúyen de auxiliar a los alumnos afectados  aseguran que su tarea es formar y no educar. Consideran abrumador solventar sus problemas del día a día o intentar cumplir el programa educativo.

Finalmente, otra de las tácticas más utilizadas por parte de los docentes es el encubrimiento. No solo porque el profesor al que se le remite la pertinente información defienda a los acosadores, justificando la violencia ejercida sobre la víctima (bien porque la culpabiliza por ser abusada o porque la ningunee), sino porque también existe la falsa creencia de solidaridad común de guardar silencio cuando ven que un compañero educador maltrata al alumno en cuestión. Por otro lado, las familias tampoco parecen tener fácil el hecho de poder detectar cuándo los niños se encuentran sometidos ante el constante maltrato.

Son muchos los padres o tutores que, debido al exceso de responsabilidades, trabajo y estrés no pueden atender debidamente a sus hijos ni ver las señales que evidencian una situación de semejante calibre. La falta de tiempo les impide buscar una solución adecuada, y el agotamiento físico y mental les dificulta tomar la actitud necesaria para enfrentarse al centro educativo, los acosadores y el dolor que les supone ver a sus hijos recuperarse de las secuelas que tal abuso les produce.

A su vez, también hay casos de padres que muestran una absoluta falta de sensibilidad hacia la delicada situación de los niños abusados. Estiman que sus propios hijos exageran o que no son capaces de tomar cartas en el asunto por dejadez u holgazanería. Por otro lado, y en el caso de aquellos que son padres de los abusadores, también existe la posibilidad de que el acosador sea estimulado a tomar esa actitud con los más débiles, bien porque en su entorno es algo habitual o porque se lo remarcan directamente.


Datos contradictorios y falta de mecanismos de control

Es cierto que hay docentes que toman medidas tan rápidas como efectivas y visibilizan la problemática que resulta, denunciando que ni siquiera se les concede preparación o facilidades para luchar contra ello (como explica Carmen Cabestany, profesora de instituto y secretaria de  la asociación NACE No al Acoso Escolar). Pero el vertiginoso ritmo de vida dentro y fuera del aula complica que tanto padres como educadores se cercioren de la gravedad que supone una situación de maltrato, así como las consecuencias a corto y largo plazo.

De esta forma, nos encontramos con figuras de autoridad que banalizan el acoso escolar. O que consideran que es un tema que sólo incumbe al acosador y a la víctima, argumentando que “son cosas de niños” y similares, así como la incapacidad de distinguir entre una ofensa puntual o un caso de abuso prolongado. Es tal la inexactitud que rodea todo lo relacionado al acoso escolar que los datos recogidos impiden conocer la magnitud del problema. Amnistía Internacional alega que:

“No hay datos claros sobre la incidencia del acoso escolar, y los resultados varían según las diferentes investigaciones. Según el Estudio Conducta sobre Salud de los Jóvenes en Edad Escolar (HBSC, por sus siglas en inglés) de la Organización Mundial de la Salud, a pesar de que el índice de victimización en España es inferior que en la mayoría de los países europeos, el 7’5% de los niños y el 4’3% de las niñas fueron víctimas de acoso escolar en España en 2014, último año del que se dispone de datos”.

Considera que estos datos son contradictorios entre sí, ya que no encajan con las cifras oficiales. Éstas hablarían de tasas mucho más bajas. “En 2017/2018 la inspección educativa de Extremadura documentó 188 casos. La de Madrid 8. Y la de Aragón 63. Es decir, un 0.27, un 0.3 y un 0.1% del alumnado en edad escolar respectivamente”. Bajo estas investigaciones, supone que: “no es un problema de un centro o de otro, sino que se trata de un fenómeno extendido que a menudo pasa desapercibido”.

Amnistía Internacional denuncia que el Plan Estratégico vigente para combatir el acoso escolar no se ha implementado en su integridad. Afirma que “el Observatorio Estatal de la Convivencia Escolar, solamente existe de nombre”, y que “debería reunir información para realizar análisis, diagnósticos e intervenciones que puedan ser útiles para combatir el acoso escolar”, pues la mayoría de los casos de acoso escolar identificados de forma preliminar por el servicio de atención telefónica del Ministerio de Educación “no han sido denunciados a la inspección educativa”.

Esta ONG propone que exista un sistema de denuncias utilizado de verdad por las víctimas. Considera que el teléfono actual no es suficiente y que son necesarios otros mecanismos que sean usados habitualmente por estudiantes, mecanismos que sirvan para atajar esta problemática con vigor. La organización también insiste en desarrollar programas de apoyo entre iguales, obligatorios en todos los centros educativos.

Las formas no físicas de acoso, como los insultos, el hostigamiento y la exclusión social (incluido en las redes sociales) suelen pasar desapercibidas y no se documentan en los cauces oficiales. Por otro lado, es crucial el papel de las figuras de autoridad, quienes con su actitud deberían transmitir apoyo, cariño, protección y la valiosa lección de que todo acto guarda unas consecuencias inevitables.

Que haya gente que abuse de otras es algo que lamentablemente no puede evitarse, ya que resulta imposible ejercer control sobre terceras personas. Lo que sí está en nuestra mano es proporcionar todos los medios necesarios para que la víctima esté protegida desde el primer momento que es atacada, así como incrementar la difusión de aquellos valores basados en el respeto y la tolerancia al prójimo.


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