He leído y escuchado mucho sobre Jésica, “la sobrina de Ábalos”, que pasó de lumi a empleada de empresas públicas, dándole cera a ella, y me parece injusto. Un respeto para Jésica, que iba a lo suyo.
Me temo que, acostumbrada quizá a clientes menos rumbosos y colocados, al verse allí arriba, junto a un ministro, en los coches oficiales y los hotelazos, perdió un poco la brújula y no valoró los riesgos. Retirada del catálogo, Jésica ejerce ahora de intermediaria de otras colegas. Seguro que les puede asesorar atinadamente.
«Te presento a mi sobrino. No es necesario, fue mi sobrino la semana pasada»
Jésica creo que merece un respeto. Por lo conocido, no engañó a nadie. Cobraba por su compañía, y no perdonaba un euro, y estaba en su derecho a no hacerlo. Hasta le recordaba por e mail al esbirro del ministro los impagados. La mujer debe tener carácter.
Lo de que en el Ministerio y en las empresas públicas se la conociera como “la sobrina del ministro” es un clásico. Luis Escobar, marques de las Marismas y actor simpático, contaba que un día llegó a un restaurante de postín y se encontró a un amigo ilustre acompañado de un jovencito. El amigo le dijo: “Te presento a mi sobrino”. Y el marqués respondió partiéndose de risa: “No es necesario que me lo presentes, fue mi sobrino la semana pasada”.
A Jésica no la contrataron por su capacitación, sino por ser «la sobrina del ministro». La culpa no es suya
El expediente de contratación de Jésica por la empresa pública Tragsatec, publicado por El Mundo, acredita que, al menos, alguien trató de valorar sus cualidades, porque la instrucción era que si sabía leer y escribir estaba contratada. Así rezaba la papela: “Puede tener que necesitar ayuda para reponerse y responder de manera más eficaz”. No sabemos de qué tenía que reponerse, pero parece que quien iba a contratarla conocía el paño. Además, decía: “Puede que necesite ayuda o supervisión para no cometer errores en trabajos muy exigentes. Denota capacidad e interés por aprender cosas nuevas. Aprovechará cualquier ayuda u oportunidad para mejorar cada día la forma de hacer su trabajo”.
No la contrataron por su capacitación, por sus méritos como estudiante de odontología. La contrataron por ser “la sobrina del ministro”, o sea, que todo el personal de Trasatec sabía que era una estudiante que se sufragana sus gastos como lumi.
Nadie tuvo decencia en Tragsatec para decirle al ministro que no podían contratarla
Nadie tuvo huevos y decencia en esa empresa pública para decirle al ministro que no, que no reunía las condiciones profesionales para trabajar allí. A ella la colocó su “tío Ábalos”. Ella no acudió a Tragsatec a pedir trabajo. La única que no tiene culpa en todo este escándalo es Jésica.
Incluso, por el momento guarda silencio pese a las ofertas para que lo largue todo. Porque según las informaciones de que dispone la UCO de la Guardia Civil, además de intimidades que a nadie debieran interesar, escuchó muchas cosas, fue testigo de muchas reuniones y conversaciones que, esas sí, podían ser de interés público. Y creo que le honra ese silencio. Además, supongo, le perjudicaría notablemente salir a la palestra y poder ser reconocida en cualquier lugar si sale en los medios.
Jésica pasó de apartamentos probablemente sórdidos a aviones privados, cochazos y hotelazos de lujo, séquito de viajes oficiales y comilonas de ministro insaciable en la vida loca a cargo del erario.
Los golfos son ellos no Jésica, los que pagaban sus servicios con dinero público y la colocaron en una empresa pública por la puta cara
Al puesto que le regalaron aspiraban 177 personas. El presidente de Tragsatec, Jesús Casas, dijo ante una comisión en el Senado que “la empresa tiene 27.000 empleados y firma más de 20.000 contratos al año y todo el mundo entra por méritos”. Lo indecente en este caso es que la aspirante Jésica contrajo esos méritos directamente con el ministro Ábalos, no los tuvo que presentar ante el comité de selección de personal de la empresa. E, insisto, la indecencia, y quizá la ilegalidad, es de quien ordena contratarla y de quien firma el contrato sabiendo que no debe hacerlo.
Es evidente que Jésica conocía el paño y que vió que tenía un cliente que podía retirarla del catálogo, y lo aprovechó. Es humano, comprensible y, al menos para mí, respetable. Ya le hubiera gustado a Jésica, seguro, poder ganarse la vida como lumi sin tener que presentarse en su lugar de trabajo, como le iba a suceder en la empresa pública en la que le colocaba su cliente.
Pues eso, un respeto para Jésica, una mujer que se buscaba la vida, a la que acudió voluntariamente el ministro. Los golfos son ellos, los que la pagaban sus servicios con dinero público y los que le colocaron en una empresa pública por la puta cara.