Un don se traduce por una cualidad o una habilidad que alguien posee. Así que tomando las leyes de la lógica, todos somos alguien y por lo tanto todos tenemos alguna cualidad o habilidad. Todos tenemos un don aunque pensemos que no.
Pau Donés, en su libro «50 palos y sigo soñando» explica en uno de sus capítulos que muchas personas tienen un don que no saben que existe ni que tienen. Todos tenemos uno. Algunos lo potencian porque éste se manifiesta incluso desde edades muy tempranas. “¡qué cualidad más bonita tiene este niño!”, “¡qué bien se le da esto a esta niña!”
Pueden ser incluso las expresiones de los demás cuando ven a alguien de corta edad cantar, correr, saltar, dibujar, recitar o tocar un instrumento como si llevara más de 20 años haciéndolo. Su cualidad, su habilidad, se manifiesta pronto y es muy probable que, si se potencia y se incentiva, llegue a ser un don muy destacado en su etapa adulta y esa persona destaque por ello a lo largo de los años.
¿Y si no se encuentra ese don?
Pero, ¿qué ocurre con esas otras personas que por timidez, pereza o poca incentivación, no descubren nunca ese don que les hace ser especiales? Porque partimos de la base de que todos tenemos uno. Esas personas, tal vez, crecerán sabiéndose “del montón”, pensando que no destacan por nada, creyéndose invisibles para el resto de la sociedad, sin saber ni llegar a descubrir que quizá eso que les gusta hacer, aquello con lo que se sienten cómodos y en paz, sea su verdadero don. ¿Te gusta leer? Ése es tu don. ¿Disfrutas coloreando mandalas porque se detiene el tiempo cuando lo haces e incluso la velocidad? Pues ése es el tuyo.
¿Escribir? ¿Cocinar? ¿Jugar a los videojuegos? ¿Recitar trabalenguas? Ese es tu don. Y por qué no, puedes incentivarlo. Reivindiquemos pues, que podemos hacer con nuestro tiempo lo que deseemos, que hagamos con ello lo que queramos. También con nuestro don, con lo que más nos guste hacer. Aunque sea no hacer nada, porque tal vez eso también sea un don: el don de no hacer nada, porque, a veces, el hacer cosas está sobrevalorado. Y no hacer gran cosa o no hacer nada, es decir, dejar pasar las horas sentado en una silla, mirando por la ventana o tumbado en la cama, también puede ser un don: el de hacer lo que a uno le da la real gana.
Y ciertamente, esa habilidad se encuentra dentro de los deseos mentales de muchos, pero la culpa y la vergüenza no les deja sacarla al exterior. En este caso, como en los anteriores, debemos liberarnos de cadenas y reivindicar que lo que más nos gusta, lo que preferimos hacer en un momento determinado, no debe estar supeditado al que dirán o a las apariencias. Tenemos ese don y punto. Y que vengan otros a decirnos que no.