He charlado con este vigilante de seguridad durante una hora. No puedo revelar su nombre ni la empresa para la que trabaja, “porque si lo haces me echan, y tengo familia, pero quería hablar para que se sepa la verdad porque creo que lo merecemos”. Malos tiempos para la lírica y para la verdad. Su destino habitual es la vigilancia de un edificio grande en Madrid donde está acostumbrado a controlar el acceso de personas y vehículos. Ha trabajado también como escolta personal.
Vigilantes en las morgues de las funerarias
Durante la pandemia, le preguntaron si quería acudir a cubrir la vacante de un compañero en una morgue de una funeraria en Madrid. Sabía el trabajo que hacían sus compañeros, “dije que sí, aunque no pude imaginar nunca lo que me iba a tocar vivir. Mi empresa se ocupaba de la seguridad de esa morgue y allí me fui. Mi trabajo consistía, según me dijeron, en impedir que nadie entrara, con especial atención a que ningún fotógrafo pudiera entrar o hacer fotos desde fuera e impedir que familiares de los fallecidos entraran dentro de la morgue«.
«A mí, la empresa sólo me facilitó dos mascarillas y nada más y allí estaba yo. No me hicieron ninguna prueba, ni se preocuparon por saber si yo podía ser una persona de riesgo. Y nada, solo el uniforme y las dos mascarillas, ni trajes EPI ni nada. Y al llegar a casa, los zapatos en la puerta, mis zapatos nunca pisaron la casa, el uniforme a la lavadora y a la ducha inmediatamente para quitarte el bicho si lo llevas. Y todo lavado con lejía. A ti te llaman y tú vas«. En Madrid no solo estaba la morgue del Palacio de Hielo. La situación era muy dura, ver tantos sacos blancos y tantos furgones fúnebres con departamentos de seis o nueve féretros. Allí había un colapso absoluto, era horrible».
El horror de los familiares
«No daban abasto para entregar cadáveres a los familiares. Afortunadamente yo no tuve ningún problema, los familiares todos muy correctos y sólo una vez apareció un fotógrafo que quería hacer fotos y le dije de entrada que no podía y que no lo intentara porque no lo iba a lograr. La orden nos la daba la funeraria, que es la que contrata a mi empresa. Y eso era lo esencial, controlar a los fotógrafos y a los familiares”.
«El colapso era en toda España. Evidentemente, si una persona tiene un familiar que ha fallecido hace diez días, o veinte, y no dicen nada, pues vas a reclamarlo. Lo que yo viví es pena e impotencia. Hemos estado todos ignorantes de lo que ha supuesto esta pandemia, a lo que puede llegar«.
«Y allí , servicios de doce horas, de ocho de la mañana a ocho de la tarde. No paraban de llegar camiones con féretros«. Le pregunto, ¿camiones, con féretros, qué tipo de camiones? «Camiones de fruta, con su letrero de frutas tal o cual cargados de féretros porque se terminaban. Cada día llegaban féretros que no estaban ni terminados, con la madera sin pulir, sin el típico Cristo en la parte superior, féretros como sin terminar«.
Las consecuencias de la pandemia: cientos de cadáveres
«Era desolador y ahí me di cuenta de las consecuencias de la pandemia. Más de cien cadáveres cada día. Pero claro, eso no lo han sacado, la gente no lo ha visto en la televisión, no ha habido imágenes de ese horror. Cadáveres no he visto, pero he visto centeneras de esos sacos blancos apilados y féretros«.
«Los sacos blancos llegaban en camillas y allí los dejaban apilados hasta que llegaban los féretros, o venía un funerario y me decía que se llevaba cinco sacos blancos para meterlos en los féretros. Era un goteo continuo. Las cámaras llenas de cadáveres. Los conductores de los coches fúnebres no paraban. Era una ruta permanente, no había descanso para esos señores«.
«Imagínese si esto era en una morgue, sume las demás y el Palacio de Hielo. Ví escenas dantescas, cadáveres en la bolsa blanca que se caían de las camillas. Y tú sabes que dentro de ese saco hay un ser humano, porque ves su silueta. Y no daban abasto para guardar los cadáveres en las cámaras, y llegaban camiones refrigeradores para guardar los féretros”.
Ejércitos invisibles
“Yo con los familiares no viví problemas, pero llegaban desesperados como es lógico porque era un caos, y yo trataba de ser lo más amable posible porque me ponía en su piel. No se ha contado toda la verdad referente a las consecuencias de la pandemia, y algunas profesiones como la nuestra, hemos sido ejércitos invisibles, los grandes olvidados, y no es justo, porque hemos estado expuestos sin ninguna medida de seguridad, solo dos mascarillas. Parece que los vigilantes no hubiéramos existido«.
«No cuestiono la importancia de la labor de los médicos, enfermeros, sanitarios, reponedores etcétera, admirable, heroico, pero oiga, los vigilantes de seguridad, los conductores de coches fúnebres y los empleados de las funerarias o las limpiadoras, como si no hubiéramos existido o como si nuestro servicio no se hubiera hecho, porque además hemos estado en hospitales, en centros de salud, en aeropuertos y estaciones, y no se nos ha nombrado. No es justo”.
Ya no es necesario ni preguntarle, habla de corrido, lo necesita, no aparenta rabia ni rencor, pero sí una inmensa indignación, y no deja de insistir en que habla por todos sus compañeros, no solo por él. “Había días que yo tenía que recoger columbarios con cenizas, y te quedas…. me están dando dos cuerpos. Venían del crematorio de Galicia. Con un número cada uno, como los ataúdes, con números, sin nombre. Y el conductor me los entrega a mí y claro, yo le digo a mí no, a los funerarios”.
«Y no me he considerado protegido por mi empresa, y los de otras empresas igual, dos mascarillas al principio de la pandemia y ahora otras dos, en agosto. Lavables. Y nada más. Y después me he tenido que pagar yo una prueba para saber si estaba contagiado, porque la empresa no te las hace».
Vigilantes ante un drama devastador
Habla pausadamente, pero tanto su tono de voz como su mirada y su gestualidad evidencian el drama que ha vivido: “era un servicio devastador, de doce horas, no estás preparado psicológicamente para eso. Yo llegué a casa llorando, en un estado de ansiedad terrible, por el miedo a coger el virus y contagiárselo a mi familia«.
«Y sabiendo, cómo me explicaron mis colegas de hospitales, que la gente que moría no se podía despedir de sus muertos, se morían y llegaban los de la funeraria y se los llevaban directamente a las cámaras de las morgues».
«Es terrible. Esto la gente tiene que saberlo porque nos lo han ocultado. Si todo español supiera de verdad lo que ha pasado no veríamos muchas de las cosas que se ven ahora en la calle, como el botellón o gente con la mascarilla como un mero complemento. Hay que contar la verdad. Yo cada vez que iba a trabajar solo me cruzaba en el coche con ambulancias, coches fúnebres o la UME”.
La gente debe saber la verdad
Insiste en que “yo le hice un favor a mi empresa porque quise, me lo pidieron y dije que sí, aunque podía haberme negado, pero si me lo vuelven a pedir digo que no, porque no quiero volver a vivir ese horror”. Reitera que todos sus compañeros vigilantes sienten lo mismo, “y es injusto. Tanta rueda de prensa del presidente y los ministros y ni una sola mención, ni una, como si no existiéramos o no hubiéramos hecho un trabajo importante, y los funerarios y las limpiadoras lo mismo«.
«El drama estaba en los hospitales, claro que sí, pero no te digo en las morgues. Ahí hemos estado los vigilantes, en los hospitales, en las morgues y como si nada. Las empresas tampoco han hecho nada porque se sepa toda la verdad. Y ojo que no se han muerto sólo los abuelos, y además, ¿es que los abuelos han de morir después de haber levantado España?»
«Yo me he enterado de lo que estábamos viviendo cuando llegué a la morgue. No era consciente del caos y el miedo. Sólo los que lo hemos vivido lo sabemos y la gente debe saber toda la verdad. Y el Gobierno, ¿por qué miente? Esas ruedas de prensa… No hay derecho«.
«Ha sido todo un caos. Los familiares tenían que esperar diez o quince días desde que moría un pariente hasta que podían ver las cenizas o la caja, si la veían. Es terrible. Y nos da rabia que el vigilante haya sido el gran olvidado porque no hemos dejado de trabajar en hospitales, centros de salud, estaciones, aeropuertos, morgues y sin condiciones de seguridad«.
Vigilantes, los grandes olvidados
«¿Por qué se nos ha olvidado? ¿Es que somos menos, es que somos sólo seguratas como nos llaman? Nos duele mucho, mucho, porque hemos hecho un trabajo importante. ¿No hemos hecho nada? Y han fallecido compañeros de Covid que lo han cogido en su puesto de trabajo, y nadie lo dice. Algunos lo han superado, pero han fallecido bastantes«.
«Y ni la empresa nos ha hecho pruebas. Es increíble. Habiendo estado en una morgue. Yo me hice la prueba por seguridad. A mí el aplauso de las ocho de la tarde me parecía bien, ¿pero por qué nadie mencionó nunca a los vigilantes?»
«Hemos sido como los apestados. Como si hubiéramos estado de postureo. Yo ahí he estado, como otros tantos compañeros vigilantes, y estábamos a cuerpo descubierto, a pelo. Ha sido muy duro, y no soy yo, somos muchísimos. Somos los seguratas y no existimos, y a veces incluso se nos desprecia si le decimos a alguien que se ponga la mascarilla o que no puede pasar«.
«Y nos duele ser el personal olvidado porque no nos parece justo. Por eso he aceptado hablar con ustedes aunque no pueda dar mi nombre ni decir el de mi empresa, porque solo me faltaría ahora quedarme sin trabajo, para que toda España se entere”.
Artículo lleno de sensibilidad hacia la red sutil de complicidades benévolas que, sin ser notadas, nos hacen posible la vida.
Creo que en la misma línea de dirigir la atención a «olvidados indispensables» estarían las Hijas de la Caridad u Hospitalarias, expendedoras en comercios de alimentación, los policías teniendo que vigilar con el dolor y el miedo en el cuerpo. Habría que poner en solfa la frase de Pedro Sánchez: «Salimos más fuertes» con gentes, comercios, empresas, etc que salen destrozados si es que salen…
Aplauso total. LO reboto a amistades. No sé si es mejor por aquí o por whastapp.
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