LO QUEREMOS SANTO

Alguien que, como yo, se educara en los Maristas habrá escuchado, durante años y machaconamente, el eslogan de «lo queremos Santo«. Con el mismo, la Congregación de los Hermanos Maristas, creada en su día por el sacerdote Marcelino Champagnat, luego beato, persiguió durante mucho tiempo la canonización del mismo que, al final, logró en 1999. Recuerdo vívidamente como, en cualquier acto del colegio, el director nos arengaba siempre con ese ¡lo queremos Santo! Qué vida.


El hecho religioso debe ser íntimo y no político

No entro ni salgo en lo de San Marcelino Champagnat. Que cada cual piense lo que quiera porque el hecho religioso debe ser íntimo y no político. En lo que sí quiero entrar es en la última actuación del Papa Francisco que anuncia que iniciará el proceso de beatificación del rey Balduino de Bélgica. Y que lo hará porque se opuso a la ley del aborto. Esto es, a la posibilidad legal de interrumpir el desarrollo del feto durante el embarazo. Posibilidad legal que, sin embargo, el bueno del Papa, en su infalibilidad, califica de asesinato, cuando esto último es también otro concepto jurídico definido igualmente por el Legislador en el Código Penal. Fuera de la Ley no puede haber nada, excepto la ley del más fuerte. 

El Rey Balduino I de Bélgica hizo la machada, en 1990, de renunciar a sus poderes constitucionales ¡durante 3 días!, por razones de conciencia, para no tener que sancionar la primera ley que despenalizaba el aborto en ese país –una ley de supuestos- que ya había concluido su trámite parlamentario. Tiró, no obstante, de la misma Ley en la que se ciscaba disociándose de sus deberes como rey en una Monarquía Federal Parlamentaria, para acogerse al 82 de su Constitución que posibilita la sustitución en la Jefatura del Estado en caso de imposibilidad temporal del soberano para reinar.

Así se salió con la suya. Y así, también, la ley del aborto entró igualmente en vigor sin su firma. Una hazaña casi bélica que le va a procurar, fíjate tú, su beatificación mientras que, para la reina, la española Fabiola de Mora y Aragón, no habrá nada. ¡Qué mal repartido esta todo, hija! El Papa Francisco utiliza insidiosa y políticamente aquel suceso para salirse con la suya que no es otra cosa que interferir en los asuntos políticos y legales de un país.


La Iglesia no debe entrar en cuestiones políticas que escapan de sus competencias

Finalidades que le deberían ser ajenas, empero que son –cómo vemos siempre por televisión- el auténtico caballo de batalla de la Iglesia. Así, pide a bombo y platillo que «su ejemplo de hombre de fe ilumine a los gobernantes» y que “los obispos belgas se comprometan a llevar adelante esta causa«, atendida su valentía, que le llevó a «abandonar su puesto de rey para no firmar una ley asesina» en estos tiempos “en los que se elaboran leyes criminales«.

Qué entrara finalmente en vigor parece darle igual. Que no defendiera activamente su postura también. Le importa una higa porque el Papa va a lo suyo. Bajo mi punto de vista, la Iglesia bastante tiene con sus propios problemas y con los de sus fieles (ver las entradas anteriores «Disociados» y «Sepulcros Blanqueados«) como para dedicarse a influir en cuestiones políticas que escapan, razonablemente, a sus competencias. Máxime, cuando tampoco ataca las que debería atacar. Consejos vendo que para mí no tengo.

Una disociación de libro que, sin embargo, es tolerada por una sociedad que traga o pasa de que los curas sigan metiendo sus manos en todo con la aquiescencia de los políticos que los amparan directa o indirectamente. Una extensión moderna del dicho popular que reza «a los ricos no les pidas, a los pobres no les des, con los curas no te metas o te joderán los tres«.


Lo político separado de lo religioso

Creo, en definitiva, que en España lo político tiene que quedar separado definitivamente de lo religioso. El 16 CE señala, dentro de los derechos fundamentales y las libertades públicas, que garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, tanto a los individuos como a las comunidades, sin más límite que el Orden Público y que ninguna confesión tendrá carácter estatal, sin perjuicio de las oportunas relaciones de cooperación. Sin embargo, vemos que no es así, que los curas siguen metidos en todo.

Siguen siendo un poder y siguen ejerciendo un poder para condicionar a la sociedad a través de los políticos que la controlan. Están en el mismo negocio y por eso los vemos siempre juntitos en todos los actos públicos. No creo que sea por la otra vida, sino por el oropel y la santidad política. Seguimos bajo un palio que no le hace ningún bien ni a la sociedad, ni a los políticos, ni siquiera a la propia Iglesia que debería seguir su propio camino de fe. Hasta que esto no cambie, no vamos a poder avanzar mucho. 


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