Las personas que viven junto a un lugar de interés son quienes no suelen visitarlo. Así,la primera vez que fui al Museo del Prado tenía más de veinte años. Siempre había vivido en Madrid y como era un lugar al que podía ir en cualquier momento, ese momento nunca llegaba. Aquella primera vez me di cuenta del error tan grande de haber esperado y los innumerables momentos que me había perdido.
El paso del tiempo y los niveles de consciencia
Nos engañamos pensando que disponemos de todo el tiempo del mundo para disfrutar de las cosas cuando queramos, pero íntimamente tememos que en muchos casos puede que lleguemos demasiado tarde. Por ello, es lógico que tengamos especial interés en optimizar nuestro tiempo y aprovecharlo en la mejor manera. Aunque, ¿y si el tiempo no discurre como pensamos?
Solemos escuchar frases como “se me ha pasado el tiempo en un suspiro” o “este rato se me ha hecho eterno”. Es posible que en ambos casos se trate de un periodo temporal similar, con sus mismas horas, minutos y segundos. ¿Y dónde está la diferencia en esta apreciación? O mejor, ¿cómo cambiar la perspectiva para adecuar el “paso del tiempo” a nuestros intereses? Desde la ignorancia, creo que tiene mucho que ver con los niveles de consciencia.
Un nivel bajo de consciencia es cuando estamos durmiendo. Tan bajo que ni atendemos a nuestra realidad. Un nivel elevado de consciencia se produce por ejemplo en una situación de peligro, con nuestro cuerpo en estado de alerta y poniendo la máxima atención. Pero en nuestra rutina casi automatizada, la consciencia ha quedado relegada a un semi-sueño, que permite que no nos dejemos las tibias al caminar y que respondamos a estímulos simples, mecanizando nuestro trabajo para que las jornadas laborales se nos pasen lo más rápido posible.
Atender el momento presente
La dinámica la tenemos tan interiorizada que incluso nuestros momentos de ocio tendemos a someterlos a procesos rutinarios, que irremediablemente derivan en nuestra pérdida de consciencia. La mayoría de las redes sociales nos sumergen en un mantra de movimientos repetitivos, desplazando la pantalla a la búsqueda de un nuevo estímulo que nunca llega en la medida de nuestras expectativas.
Esta inercia es en cierta medida comprensible, pero es difícil de entender porqué cuando estamos pasándolo mal, solemos poner la máxima atención a nuestra persona, pero no a la causa o motivos que nos están perjudicando. Esta actitud nos enfoca en el dolor. Elevamos nuestro nivel de consciencia haciendo que el periodo de tiempo se nos haga eterno. Por ello, siempre es un buen momento para poner atención y elevar el nivel de consciencia sobre todo en nuestros momentos de plenitud.
Cambiemos esta dinámica y practiquemos con nuestro nivel de consciencia. Pongamos atención a lo que hacemos cada día. Atendamos a los pequeños detalles, a las particularidades de lo que nos rodea, a las personas que transitan en nuestro entorno. Pongamos el foco en las labores que desarrollamos, evitando la dañina tendencia del “multitask” que ha impuesto y valora nuestra estúpida sociedad moderna.
La apreciación de nuestro paso por la vida
Hay infinidad de minúsculos pasos que podemos ir dando para adquirir una nueva dinámica que nos predisponga a la atención. Qué placer, leer una noticia y no sólo entender lo que quieren contar, sino poder visualizar el objetivo y los intereses que se esconden tras una subjetiva selección de palabras desde una evidente interpretación.
Cuanto más elevamos nuestro nivel de consciencia, mas reparamos en los detalles que acompañan cada situación y esa atención expande el tiempo ya que este es sólo la apreciación de nuestro paso por la vida. Por eso los momentos de espera, mirando impacientes el reloj, se nos hacen eternos. Atentos al segundero, miramos el desplazamiento de la aguja y nos da la impresión de que baja su ritmo sólo para hacernos la espera aún más larga.
¿Y si en lugar de disfrutar los momentos de felicidad de forma explosiva y catártica, los tratásemos con la misma atención y enfoque en los detalles? El deleite es básicamente eso. Seamos como el flâneur que idealizaba Baudelaire, paseando por las calles sin más motivo que dejarse embelesar por los detalles y reparando en las vidas de quienes conforman la sociedad en la que convivimos.
Disfruta las cosas que te gustan. Dedícales el tiempo que requieren y olvida por unas horas el resto de “urgentes” tareas que debes llevar a cabo. Enfoca tu atención en ese placer tan aparentemente etéreo y se convertirá en algo eterno.