EL SUICIDIO DE LOS GEMELOS DE SALLENT

Dos menores de 12 años se lanzaron al vacío desde el balcón de su domicilio el pasado 21 de febrero. Fue en Sallent de Llobregat. Un pequeño municipio de la provincia de Barcelona. Los menores, de origen argentino, sufrían bullying en su centro escolar. Y algunos medios han informado de que quizá el problema se originó porque no hablaban catalán correctamente. Otros porque quizá aún mantenían ese acento porteño que identifica la lengua a los argentinos. La cuestión es que se sentían desubicados y sufrieron durante algún tiempo el acoso de sus compañeros de aulas y patio. Esto les llevó a escribir una carta antes de lanzarse por el balcón de su casa y, efectivamente, tirarse. 

Eran gemelos. Ambos biológicamente femeninos. Aunque uno de ellos se sentía varón. Lo que también se esgrime como una de las razones por las que podía sufrir bullying y discriminación. Éste falleció con la caída, mientras que la hermana se encuentra ingresada en estado grave aunque estable en el Hospital Parco Taulí de Sabadell.

El caso ha abierto titulares a lo largo de estos días. Ha vuelto a cuestionar los protocolos antiacoso de los centros escolares, el problema del bullying entre nuestros menores y la necesidad de abrir vías para cerrar puertas al suicidio. Una de las mayores amenazas a las que se enfrentan nuestros menores si no se le pone remedio real. Sin embargo, el caso de los gemelos de Sallent arroja muchas lecturas que invitan al debate: ¿cómo ha de tratarse el suicidio en menores? ¿y el acoso a un menor transgénero? ¿cómo se aborda un caso de bullying desde las aulas, en la familia o en los grupos adolescentes?


El preocupante ascenso de los casos de acoso y suicidio en menores

Al parecer, el servicio de inspección de Educación se trasladó esta semana al Instituto Llobregat de Sallent. Y admite en un informe que el centro no supo detectar el acoso a los gemelos. De hecho, al calor de la noticia han ido conociéndose más casos de menores que eran acosados mientras estudiaban en el mismo instituto que los gemelos sin que el centro hubiera hecho nunca nada por erradicarlo. Consentían y, como han declarado algunos, incluso castigaban a las víctimas. En el municipio se concentró cerca de un centenar de personas que se manifestaron estos días para protestar y al grito de «Sallent no calla» o «stop al bullying». 

En 2022 se registraron más de 200.000 casos de suicidio de jóvenes en edades comprendidas entre los 14 y los 28 años. Esto según un estudio de la Organización Mundial de la Salud realizado junto a Naciones Unidas. Unos datos que muestran el grave problema al que se enfrenta nuestra infancia y juventud. Además, según la ONG Bullying sin fronteras, más de 4 millones de niños y jóvenes son víctimas de acoso y maltrato por bullying cada año. 

El caso de los gemelos de Sallent es tristemente solo uno más entre las decenas de casos que se producen a lo largo y ancho de nuestro país. Uno de tantos. Porque antes que el de ellos, estuvo el de Jokin Cebeiro, de 14 años. Víctima de acoso que se lanzó al vacío en 2004 desde las murallas de Hondarribia. O el de Tonet Boadilla, que en 2020 se tiró por la ventana de su habitación con intención de quitarse la vida. Pero hay muchos más. Algunos con un triste final porque acabaron con su vida. Y otros que llevan la herida a sus espaldas y años después de sufrir acoso, deciden abrirse al mundo y relatar el infierno que sufrieron durante años.  

El acoso escolar es la principal causa de suicidio entre los adolescentes y los jóvenes españoles. Además, los casos se han visto agravados en los últimos años. La virulencia del acoso y el maltrato es también mayor. Y ante la evidencia de que se necesitan poner medidas ya, más pronto que tarde, la de otra realidad: los protocolos que se hacen y quedan en papel mojado porque no sirven como solución efectiva.


Necesidad de Protocolos y de un Plan Nacional

El pasado enero de 2022 cinco comunidades autónomas aprobaban protocolos escolares contra el suicidio. Se trataba de hojas de ruta que pretendían poner remedio a la lacra que viven muchos de nuestros adolescentes y jóvenes. Y que podrían y deberían aplicarse de manera estricta en centros escolares. La razón no es otra que en ocasiones, estos centros, colegios e institutos acaban convirtiéndose en entorno hostil para las víctimas de acoso y bullying, donde comienza el acoso que muchas veces se continúa en la calle o en las redes sociales. 

Los profesores y mediadores en los centros son los únicos adultos frente a los que se encuentran víctimas y acosadores y son, en muchas ocasiones, quienes pueden frenarlo. Pero también se sienten desprotegidos, faltos de protocolos oficiales y sinceros que pongan techo y paredes a las prácticas de acoso que a veces se dan incluso dentro del aula. En Cataluña, colectivos de profesores no han dudado en protestar frente a la falta de medios para frenar el acoso. Y herramientas que les permitan detectar y frenar de una mejor manera todos los casos de bullying que puedan darse frente a ellos. 

Cierto que hay determinadas competencias que quedan gestionadas por las comunidades autónomas. Competencias básicas como la Sanidad y la Educación. Pero llega un momento en que cuando el problema se torna grave, como en este caso el del acoso escolar, el bullying y el ascenso en los números del suicidio entre los menores, en que quizá sea se hace necesario un Plan Nacional. Que sea, tal como su nombre anuncia, de aplicación nacional, de aceptación general y en el que entren todos los menores del país, vengan de donde vengan, se sientan chicos o chicas y tengan más o menos recursos. 

La Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE) es una entidad que actualmente gestiona el Plan Nacional frente al acoso escolar. Indican que la situación del acoso escolar en España les está exigiendo ser eficientes y operativos. Y respecto al Plan que aunaría a todos los menores del país expresan que “no es un plan que surge de la mesa de un despacho sino de la experiencia directa con más de 4.000 víctimas de acoso escolar y su entorno más cercano”. 

El Plan contempla desde charlas informativas a test y entrevistas. O actividades de role playing en las que entran en juego ejercicios para potenciar la empatía, la inclusión, el respeto o la asertividad entre nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Con lo que cabe preguntarse mucho más e ir más allá. Porque se encienden las alarmas cuando se ha de exponer en un plan nacional contra el acoso que es necesario fomentar la empatía. Si además le unimos que se ha observado que los casos de acoso cada vez se ejercen con mayor agresividad es porque las raíces se nos están pudriendo de tanta dejadez.

Porque si debemos fomentar acciones como la inclusión, aprender a empatizar y nos dejamos olvidados muchos otros puntos como el aprendizaje de las emociones, propias y ajenas, es que nos estamos olvidando de lo básico. ¿Queremos adultos fríos y controladores que quieran sobresalir por encima de los demás sin importarles a quién pisan o a qué cadáveres van dejando atrás? ¿o de verdad nos preocupa que los menores de hoy no tengan  las herramientas suficientes para sobrevivir en este mundo de locos y creemos necesario solucionarlo? 

El acoso y el bullying hoy es una realidad y los casos de suicidio también. Corre prisa un plan nacional que ponga freno a la escalada, pero también un plan que nos ponga freno a los adultos para que dejemos de preocuparnos con cosas banales y empecemos a trabajar para que nuestros menores crezcan fuertes y ricos en valores. Tengan alas para volar y raíces para poder quedarse. Todo un reto.


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