Agresor y pupitre son palabras que no deberían estar combinadas en la misma frase. Ni siquiera la primera debería poder combinarse con nada. Agredir está feo, como se les dice a los niños, pero trasladado al entorno escolar, lo está aún más. Por ponernos en situación del por qué de este titular, diremos que en diciembre de 2020 un profesor asturiano se suicidó por el acoso reiterado que ejercían sobre él sus alumnos. Se daba en el interior del aula pero también cuando salía de ella. Se repetía cada día.
Por alarmante que pueda parecer, no se trata de una acción aislada. Como recoge el sindicato ANPE en su informe de 2019-2020: “el número de profesores que pidió ayuda al servicio del Defensor del Profesor en el curso 2019/20 ha sido de 1.594. Esto nos indica que las situaciones de conflictividad están lejos de erradicarse en los centros escolares”.
Además, si nos remontamos al curso pasado, tal y como explican desde ANPE y como corroboran muchos especialistas en Psicología y tratamiento de la conducta, el confinamiento ha pasado factura. No solo a los escolares que han visto cómo su libertad de movimiento se vio mermada de sopetón, sino también a los profesionales de la enseñanza cuya salud mental se ha visto también deteriorada. Agresor sentado en un pupitre o agresor que tras el pupitre acorrala a quien le enseña. Según el mencionado informe de ANPE: “el 73% de las personas atendidas presentaban unos niveles de ansiedad impropios de la tarea a realizar. Un 11% de las personas mostraban síntomas depresivos y un 11 % estaba de baja laboral«.
El agresor también está en los centros escolares
El caso de este profesor asturiano se ha repetido en otros lugares del país. Al acoso de los alumnos se une la vergüenza que pueden llegar a sufrir por verse acorralados por aquellos a quienes, entre otras cosas, se les enseña conducta. Según indican algunos informes, ser profesor joven, mujer o con poca experiencia son factores de riesgo para sufrir acoso por parte de los alumnos. Se trata de una violencia que no se limita a ser ejercida de puertas para adentro sino que en ocasiones se difunde también a través de Internet. Surge entonces el ciberacoso que añade altas dosis de estrés a quien se está viendo no solo entre la espada y la pared, sino en la nube del mundo entero.
El bullying o acoso escolar se ha convertido en los últimos años en una auténtica lacra. Copa titulares porque extraña ver cómo agresor y pupitre a veces son una misma cosa. Se le dedica incluso programas en prime time para tratar de encontrar una respuesta y ofrecer apoyo para quienes lo sufren en el momento presente. Es un problema, un gran problema.
La cuestión es que el problema se expande como la pólvora y alcanza incluso al estrado en el que se encuentra el profesor. El problema deja de ser entre iguales para convertirse en un tipo de violencia vertical. Es la causa de gran parte de las bajas oficiales. Como muestra la web www.conflictoescolar.es : “el 25 % de los profesores tiene una baja oficial o circunstancial cada año. Aunque solo un 3% de ellas se identifican con problemas de estrés, la mayoría de las otras dolencias son originadas por esto mismo. La mayoría de las bajas se producen por la conflictividad escolar a la que los docentes deben enfrentarse a diario, y aunque suele calificarse a esa conflictividad de moderada, también hay que decir de ella que es constante”.
¿Cuál puede ser la solución?
El discurso de que los jóvenes no entienden de valores está obsoleto. Es cierto que cada vez los valores brillan más por su ausencia. El problema del acoso escolar, ya se produzca entre iguales o desiguales, es un problema que se vuelve difícil de detectar porque agresor y agredido no se encuentran al mismo nivel, ni físico, ni psicológico. La educación es una poderosa herramienta que sirve para marcar caminos y orientar para sentar las bases.
El problema aparece cuando es la mala educación del alumno lo que gobierna dentro del aula, agrediendo con comportamientos y palabras a una de las figuras que debe marcar las bases de su educación.
¿Dónde queda aquello de “mis queridos profesores”? Grave lacra que requiere mucha dedicación para tratar de solucionarla. Un minuto de silencio para aquellos que la sufren y para los que no pueden alzar la voz porque se la han apagado.