El pasado 27 de noviembre fuerzas rebeldes lideradas por el grupo militante islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), apoyadas de manera poco transparente por Turquía, junto con facciones aliadas lanzaron una ofensiva relámpago en el noroeste de Siria. No se habló de recrudecimiento del conflicto, que lleva asolando el país desde hace más de una década, porque estoicamente los sirios vivían en una continua guerra civil.
La caída del régimen de Assad deja al país devastado y empobrecido
Sin embargo, doce días después de esta ofensiva, las fuerzas denominadas rebeldes entraron en Damasco y tomaron el palacio presidencial, al conocer que el líder sirio Bashar al-Assad había salido del país. El ejército sirio colapsó con lo que las fuerzas rebeldes tomaron primero la ciudad de Alepo y después se hicieron con la capital.
¿Cómo lo hicieron? A juicio de muchos expertos y medios internacionales, porque los rebeldes lograron mostrar un alto poderío militar en las guerrillas, traducido no sólo en amplio arsenal armamentístico, sino también porque aplicaron una inteligente estrategia y una fuerte coordinación entre los grupos del bloque opositor al régimen. Muestra de su alianza, la aviación rusa siguió mostrando los primeros días su apoyo a Siria con pequeños bombardeos sobre las posiciones rebeldes, intentando que éstas no alcancen la totalidad de la capital, pero fueron ineficaces.
Cae con todo ello un régimen que llevaba gobernando siria desde hace más de 50 años, primero con Al-Ashad padre y después con su hijo, huido a Moscú junto con toda su familia. Las calles de Damasco de repente se llenaron de gente que celebraba la caída de un régimen que ha dejado el país devastado y empobrecido.
Alianza entre Siria, Rusia e Irán
Con un balance tenebroso, los más de 13 años de guerra civil se han saldado conflicto cerca de medio millón de personas fallecidas (más de 300.000 según la ONU) y 12 millones obligadas a huir de sus hogares. De ellas, alrededor de cinco millones son refugiadas o solicitantes de asilo en países extranjeros. La incertidumbre por lo que pasará a partir de ahora en Siria es la que realmente reina en las calles de este país.
La alianza entre Siria y Rusia ha sido firme durante estos últimos 13 años, desde que prácticamente estalló la llamada “Primavera Árabe” y el régimen sirio fue de los pocos, si no el único que no cayó, precisamente por el apoyo ruso. El poyo del Kremlim fue determinante durante mucho tiempo y muchos años. Tanto que incluso las tropas sirias dependían del apoyo ruso para garantizarse seguridad y avance.
Ahora, el apoyo de Turquía a los rebeldes y el ruso al depuesto régimen sirio hace que la tensión entre estos dos países se intensifique. Unido al firme apoyo que sigue mostrando Irán al régimen de Al-Assad y el afán expansionista de Israel, hace que Oriente Próximo sea más que un avispero. Para Donald Trump, también un quebradero de cabeza, pues la decisión de EE.UU. De intervenir o no en el conflicto en Siria ha hecho ya que varios de sus consejeros se enfrenten por discrepancias.
La familia Al-Assad y su vida de lujo
Al-Assad y su familia han sido acogidos en Moscú “por razones humanitarias” tal y como han declarado los medios estatales rusos. Se les ha concedido, además, asilo. De hecho, según algunos medios, Putin negoció personalmente con el dictador sirio su marcha a Rusia. Ahora la familia vive un “exilio dorado”.
Deja, no obstante, en Siria, un hangar con multitud de coches de lujo, fastuosas residencias, palacios… Ya circula por la red X vídeos en los que puede verse el interior de ese hangar que es una muestra evidente de que el dictador tenía una vida plagada de lujos mientras su pueblo se moría de hambre, pena o víctima de las bombas.
Según el Banco Mundial, en un comunicado que lanzó en el mes de mayo, la población siria está afectada por pobreza, que afecta a aproximadamente el 69% e incluso el 27% vive en una “carestía extrema”. Es la viva imagen de la injusticia y la desigualdad. A la que el mundo y sobre todo los países más poderosos, no pueden ni deben dar la espalda.