Cerca de un centenar de seguidores bolsonaristas invadieron el pasado domingo 8 de enero las tres altas instituciones del gobierno en Brasil. El Palacio del Planalto (sede del poder Ejecutivo), el Congreso (lugar en el que quedan localizados el Senado y la Cámara de los Diputados, sede del poder legislativo del país) y la Corte Suprema (STF, Supremo Tribunal Federal, instancia máxima del poder judicial). La invasión según la gran mayoría de los medios brasileños, fue premeditada. Y a nivel internacional tampoco se duda de lo intencionado del ataque. Recuerda al sucedido en Estados Unidos con un Capitolio repleto de atacantes disfrazados de vikingos. El de Brasil duró cerca de 4 horas. Más de 1.200 personas han sido detenidas.
La invasión o el ataque a las instituciones brasileñas se produce tras varios meses con un preocupante clima de tensión en el país. El traspaso de poderes que comenzó en noviembre de 2022 ya empezaba a presagiar que tranquilo éste no sería. Algunos medios indicaban entonces que las protestas de los seguidores de Bolsonaro iban amainando. Estos se negaban a aceptar el resultado electoral que dio la victoria a Lula da Silva. E incluso alguno en España llegó a describirlas como “menguantes”.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Las protestas seguían agolpándose a las puertas de los cuarteles generales en ciudades como Rio de Janeiro, Sao Paulo o la capital, Brasilia. Decenas de miles de seguidores bolsonaristas seguían coreando que las elecciones y por tanto su resultado final, habían sido fraudulentas. Y pedían al Ejército que interviniera para impedir que Lula da Silva asumiera el poder. Señales al fin y al cabo de que a veces los guisos, según dicen, quedan más sabrosos a fuego lento.
El ya ex-mandatario, Jair Bolsonaro, evitó reconocer la victoria de su contrincante en sus primeras declaraciones tras los comicios. Expresó que las protestas son también bienvenidas en el juego democrático. Con estas palabras muchos afirman que incitaba a la movilización de unas masas cada vez más exigentes, más beligerantes y más numerosas que lo que se pensaba en un principio. Con la salvedad de que cuando éstas asaltan las altas instituciones, el juego se vuelve más peligroso de lo que parece. Y volver a la casilla de salida es más una misión imposible que un objetivo certero.
Brasil: un país dividido en la toma del poder
El asalto a las instituciones es el resultado de meses de tensión y crispación. La sociedad brasileña se encuentra dividida de una manera un tanto radical. Desde los bolsonaristas más acérrimos a los que deseaban con todas sus fuerzas que la izquierda liderada por Lula (para ellos injustamente condenado y encarcelado) tomase de nuevo el poder en el país. Algo que se percibe también entre los emigrantes brasileños en España. A miles de kilómetros, ingieren con cierto desconcierto lo que ocurre en su país. No parecen existir entre ellos, términos medios ni medias tintas. Aunque a medio camino entre unos y otros, todos tienen el deseo de que sus familiares no sufran más pobreza, más desigualdad y mayor dejadez que la que llevan viviendo décadas. Todos están de acuerdo en que quieren un Brasil mejor.
La situación que vive hoy Brasil probablemente sea el resultado de años de incertidumbre y desigualdades. Pero la crispación ha ido creciendo y haciéndose cada vez más grande. Hoy, mencionar a Lula o a Bolsonaro en una conversación sin más intención que la de interesarse por lo que ocurre en el país del Amazonas, es como encender una mecha que se contagia con poco esfuerzo. Porque tanto los defensores de un Brasil de izquierdas como los llamados bolsonaristas llevan mucho tiempo aguantando la compostura y deseando que algo cambie. Muchos han decidido marcharse. Venir a España para proporcionar a sus familias un futuro mejor. Y desde la distancia observan con pena cómo las cosas no van para nada a mejor al otro lado del Atlántico.
Y en medio de todo, las tensiones por los polos que se oponen en todo lo que concierne a quién gobierna y quién ha dejado de gobernar. Porque en ciertos países, hablar de política, religión o fútbol es un deporte de riesgo. Curiosamente en los tres ámbitos suele funcionar mucho más el corazón que la cabeza. Porque, como dirían algunos, la pasión los mueve y la fe ciega, también.
Brasil es uno de esos lugares en los que tanto la política, como el fútbol y la religión, pueden llegar a levantar ampollas nada más pronunciar las primeras palabras de una conversación entre iguales. Lo que se piensa, lo que se siente, lo que se percibe en esas conversaciones es que nunca hay dos brasileños iguales, por muy parecidos que hayan sido sus orígenes o por muy iguales que sea el lugar en el que se han criado o han vivido. Y eso se ve tanto allí como al otro lado del charco.
Y para muestra, un botón: Marcelo Erlo, reside en España desde hace dos décadas y afirma que desde siempre con la familia o los conocidos ha preferido “no mantener conversaciones sobre política. Ni sobre política ni sobre fútbol. Tenemos ideologías diferentes y creo que es mejor mantenerse al margen para no provocar discusiones innecesarias”.
De la misma opinión es Patricia Marqués, quien afirma que lleva más de veinte años viviendo en España “y aunque algún día tenga que pagar multa por no haber votado, porque no he votado ni en las recientes ni en las anteriores elecciones desde que estoy viviendo aquí, prefiero pagar a votar. Brasil siempre se ha etiquetado como un país libre pero como ciudadano estás obligado a votar. Más que un derecho es una obligación y sinceramente, me entero de lo que ocurre allí con lo que sale en las noticias en la TV de aquí. Hay muchas cosas que me enfadan y prefiero no enterarme”.
Sin embargo Nelson de Melo opina todo lo contrario. Explica que él sí fue a votar “al consulado de Brasil en Madrid. Y la sensación allí ya fue mala, fatal diría yo. Ya entonces se percibía que habría robo en las elecciones”. Ahora que ha pasado, que se conocen los resultados y que se habla de “asalto a la democracia” afirma que “el gobierno que está ahora mismo en el poder, no debería haber llegado ahí”. Y es un fiel convencido de que “para poder salvar la situación del país, de la manera en que se encuentra ahora mismo, solo se puede hacer mediante asalto para poder recuperar las instituciones y todo lo que les corresponde por derecho a los brasileños”.
Tanto Marcelo como Patricia, pero también Nelson, han seguido con cierto asombro el asalto de estos días a las altas instituciones de Brasil. Sospechaban que algo podía pasar, pues como indica Patricia, “mucha gente llevaba ya muchos días acampados y no dudé en que algo podían estar tramando. Además, tantos días allí sin trabajar ¿de dónde sale la fuente de sustento?”, se pregunta.
Nelson se muestra tranquilo pero en su discurso denota enfado. “He visto todo lo que ha acontecido sobre el asalto a las instituciones. Y creo que los brasileños tenemos que seguir haciendo todo lo posible para que Lula no esté en el poder, para sacarlo de las instituciones. No representa ni merece llevar el honor de nuestro país. Representa como nadie la corrupción, el robo y la vergüenza para Brasil. Y no lo podemos permitir”, afirma.
Marcelo no quiere entrar en polémicas pero añade: “cuando vi el asalto al Congreso me dio pena por mi hermano y cuñados porque son los que están comenzando sus vidas laborales. Viendo como está el país y los niveles de educación me dio que pensar, con pena, que cuando ellos empiecen a tener hijos probablemente se vuelva a repetir el mismo ciclo que hace décadas. Si Brasil se compara con Europa, están muchos años por detrás. Y esto no se va a cambiar si se camina por la senda equivocada: la de las peleas, los robos y la crispación”.
¿Una situación parecida a la nuestra?
De puertas para afuera, la situación en Brasil también se ve de manera preocupante. Hasta que las aguas vuelvan a su cauce y se calme todo, puede que pasen semanas, tal vez meses. Y ya hay miembros de la política en España que aprovechan el asalto en Brasil para asemejar la situación política en nuestro país. Quizá su altura de miras les permita marcar un símil tan forzado porque como afirman los brasileños con los que hemos hablado sobre el tema “aquí hay crispación pero no a los niveles de allí”. No es comparable entonces, aunque el tono a veces asuste.
Marcelo explica que “cuando pasa algo así como lo que ha ocurrido en Brasil, significa que la generación que está trabajando en estos momentos tanto en la política como en las mejoras para la sociedad, están dando pasos atrás en su desarrollo, sobre todo comparándolo con lo que sucedía en décadas anteriores. Para mí es más que un indicador de que el país está regresando en lugar de progresar”.
Porque si algo preocupa de verdad a los brasileños que viven en España, es que Brasil no salga de ese entuerto en el que al parecer, lleva décadas enroscado. La situación hoy es actualidad. Ocupa portadas y titulares porque asaltantes trataron de ocupar las altas instituciones del Estado. Aunque la sensación es que tanto si se les condena como si realmente hubieran conseguido algo con el asalto, lo que de verdad importa es que la población brasileña viva en unas condiciones diferentes a las que tiene a día de hoy.
“En mi entorno todos los días hablamos de política porque creemos que lo que está pasando en Brasil es de vergüenza. Lo que está pasando hoy debería ser considerado un estado de emergencia porque está afectando a nivel mundial a todos los países”, añade Nelson.
Al fin un término medio: el de la preocupación de que un país con prosperidad e innumerables recursos naturales y materiales, se haya quedado encallado y no esté siendo capaz de encaminarse hacia el progreso. Los brasileños que están aquí lo saben y lo comentan. En eso sí parecen estar todos de acuerdo.