De un tiempo a esta parte parece que todo el mundo es TDAH, TLP, DSR, ACI, TGD, ASD, o quién sabe qué. Y esto es algo que me resulta inquietante.
Según he comprobado, sólo los trastornos de personalidad clasificados dentro del grupo denominado “F90” congregan un submundo con más de 40 acepciones. A los que habría que sumar toda la amalgama de los identificados como personas con capacidades especiales o especialmente sensibles. Que por cierto, con esas definiciones no se si se refieren a un X-Men o sencillamente a alguien albino.
En los colegios cada vez hay más niños que son diagnosticados con alguno de estos llamativos grupos de letras que sistemáticamente suelen excluirles de determinadas evaluaciones o les derivan hacia comportamientos atípicos. Entiendo que por precaución, aunque me temo que en muchas ocasiones se adopta una cierta dinámica profiláctica.
¿Problema de salud mental o victimismo reivindicativo?
Y todo esto nos lleva a un dilema. O tenemos socialmente un abismal problema de salud mental, o siempre lo hemos tenido y ahora por fin se le da altavoz a todos esos gritos callados durante décadas. Pero, ¿seguro que sólo hay esas dos premisas…? También podría ser, opino desde la ignorancia, que cada vez haya más gente que se sume al victimismo reivindicativo. Ese que te da un escenario para que puedas mostrar tu performance recibiendo las palmaditas en la espalda de la incuestionable aceptación social y que además te ampara con el escudo de lo políticamente correcto.
Seguro que me cae la del pulpo, pero ¿para qué estoy aquí si no es para poner en cuestión mi punto de vista? Si me importase agradar a todos me quedaría en una esquina de la sala, sonriendo a mis seres colindantes y asintiendo cortésmente a todo lo que en buena medida quieran plantearme. Desde mi experiencia vital, que ya suma unos cuantos años y un buen puñado de vivencias, me resisto a pensar que la humanidad la conformamos un grupo de seres pusilánimes que nos derrumbamos ante la más mínima traba en el camino.
Y no digo que no existan realmente todas estas alteraciones de la personalidad, sólo planteo la posibilidad de que buena parte de la sociedad se ha doblegado a la justificación de echarle el muerto a una supuesta minusvalía en lugar de entender que la vida no es un camino de rosas y que los retos que nos plantea en muchas ocasiones sólo se solventan a base de esfuerzo y valor.
¿Buscamos la calidad de vida desde una vida carente de calidad?
Por otro lado, tiene lógica esta tendencia si nos fijamos en el mundo que nos rodea. Un mundo plagado de estímulos agresivos que necesitan respuestas en segundos y que en esos mismos segundos descalifican a los que no superan la prueba. Hace unos días leí que para que una canción resulte atractiva en cualquiera de las distintas plataformas de streaming, debe tener un punto de atención en los primeros ocho segundos, o perderá una buena parte de su público.
La voracidad de las plataformas musicales ha provocado la desaparición de las introducciones meditadas que te iban sumergiendo en su atmósfera para llevarte poco a poco hacia un clímax deseado y esperado como lluvia de marzo. Y por supuesto, ni hablamos de los discos conceptuales que contaban una compleja historia y en los que el orden de las canciones tenía todo el sentido para comprender el mensaje que transmitían en la totalidad de su obra.
Entre mis aficiones y placeres siempre ha estado la música. Durante años me dediqué a ello de forma profesional, así pues podéis entender lo deprimente que suenan estos datos en mis musicalmente educados oídos. Por ello, y hablando de datos deprimentes, no sé qué pensar cuando leo y verifico el demoledor aumento del consumo de antidepresivos en nuestra sociedad. ¿Acaso necesitamos problemas al haber cubierto las necesidades básicas? ¿Buscamos la “calidad de vida” desde una vida carente de calidad?
Desde la ignorancia prefiero la píldora roja
Hace tiempo se hablaba de los estados de ánimo, entendiendo que cualquier persona es susceptible de vivir su particular montaña rusa de emociones y que la estabilidad emocional es un concepto que roza lo imposible. Esto es algo con lo que cualquiera podría comulgar sin más explicaciones. Pero parece que se nos queda corto. Porque asumir que existen los vaivenes en nuestra mente, significa que una vez pase el ciclo bajo de la onda nos hemos de preparar para asumir los retos del consecuente ciclo alto.
En cambio si estamos diagnosticados, o nos auto diagnosticamos que para el caso también nos sirve, tenemos la excusa perfecta para no enfrentarnos a retos. Si tenemos una minusvalía, no sólo estamos exentos de esfuerzos, sino que además somos candidatos a ayudas, subvenciones y aportes económicos, afectivos y morales desde todos los ámbitos de la sociedad.
¿Quién no querría mantenerse en ese limbo entre algodones y llevar una vida sin sobresaltos ni ahíncos? En la película Matrix, de las/os/es hermanas/os/es Wachowski, Morfeo le ofrece a Neo la opción de tomar la píldora roja para descubrir la realidad oculta y salir del mundo de la simulación, o la píldora azul, que le permita seguir viviendo en la ilusión. Desde la ignorancia, prefiero la píldora roja.