Madrid es un gozo de ciudad sin playa. Adoro mi ciudad, y pasear sus barrios es un viaje con la maleta de los recuerdos de una vida. En cada barrio he vivido una aventura, y ahora cuando los transito vuelvo a vivirlas.
Hay gentío, sí. Hay turistas, sí. A veces demasiados, pero bienvenidos sean porque mucha peña vive de lo que se gastan. Es cierto que hay un exceso de patines y corredores, como lo es que el comercio tradicional está en baja y crecen franquicias y tiendas de carcasas de teléfono, gabinetes para hacer las uñas, clinícas dentales y locales de inmobiliarias. Pero ahí siguen los baretos y los garitos con la sangre madrileña de generaciones vivas.
Ramón Exerez repara la suela con la misma elegancia que practicaba la esgrima
Ahora vivo en el Parque de las Avenidas, crece ahora una protesta porque dice el personal que van a abrir un hostel, y el vecindario se teme una invasión de jóvenes poco recomendables. Quizá cuando abrieron el Rowland también hubo quejas, pero de ahí salieron los Hombres G y todos tan contentos.
En mi barrio permanece un local que adoro, la zapatería Exerez, la mejor de Madrid, en la calle Eraso. Tres generaciones de Exerez dando lustre al negocio. Venden aún algunas piezas inglesas de mucho fuste y son, sin duda, quienes mejor arreglan el calzado de Madrid. Y ahora, además, para los perezosos, si llamas por teléfono te recogen el calzado estropeado en casa y te lo traen de vuelta cuando está de nuevo lustroso. Yo soy más de ir en persona, y tomarme una caña después con Ramón, que te repara la suela con la misma elegancia con que practicaba esgrima o karate.
En mi barrio de Madrid casi todas las calles comienzan por B, como tantas bellas palabras (bálsamo, balada, beso, buenaventura)
Disfruto mucho de la Gran Vía, Sol y el barrio de los Austrias, disfruto de Chamberí, el barrio donde nací, cuyas calles guardan muchos secretos de quienes las hemos trillado a modo y sin límite.
Ahora el Parque es mi casa. Me gusta caminar por el Breogán hasta la Plaza de las Ventas. Y volver callejeando las calles Londres y Roma, Rafael Bonilla, Biarritz, Azcona, y el eje del barrio, la Avenida de Bruselas, con sus aceras anchas. Y no dejo de preguntarme por qué tantas calles de barrio empiezan por B. La propia Bruselas, Boston, Bremen, Bayona, Bolonia, Brescia, Brasil, Basilea, Bonn. Con B comienzan palabras bellas. Me vienen Balada, bahía, bálsamo, baluarte, belleza, beso, brisa, bondad, brillante, buenavenura. Algo tiene la B como algo tiene mi barrio, por h o por b.
Vuelvo una y otra vez a Moyano, donde ya se sabe que no vas a buscar un libro, que un libro siempre te busca a tí
O me voy por Alcalá, hasta la Plaza de la Independencia, la Puerta de Alcalá, mi lugar favorito de mi Madrid, donde he vivido citas inolvidables y donde disfruto viendo el paisaje y el paisanaje y revivo algunos abrazos y algunos besos de los que se quedan para siempre grabados.
Y vuelvo una vez y otra a La Cuesta Moyano, siempre de Alfonso XII hacia Atocha, o sea, de la estatua de Pío Baroja a la de Claudio Moyano. Y algún libro siempre cae porque ya se sabe que cuando vas a Moyano no vas a buscar un libro, es un libro siempre el que te busca a ti hasta que lo encuentras.
Que gran trabajo está haciendo la Asociación soy de la Cuesta para mantener vivo el espíritu y que sobrevivan las treinta casetas de madera que dan cobijo a libros y a los libreros, que son el alma y el corazón de la Cuesta, con los que me gusta darle al palique porque siempre aprendo algo.
Madrid te abraza y no te suelta, madruga y no tiene fin, no conoce el mar pero es un rompeolas permanente
Y por allí puedes encontrarte a Angel Antonio Herrera, a Rioyo, a Lucas, a Reverte, a Rosa Montero, a la Rosenvinge. La Cuesta es una feria del libro permanente como no hay otra en el mundo, y ya ha cumplido cien años. Ahí están los libreros, cada día: Plaza, Grimaldo, Rivas, los Vázquez, Gomis. Con todos ellos recomiendo hacer gasto y escucharlos.
De cuando en vez cruzo la M-30 por la Avenida Donostiarra al Barrio de la Concepción, y paso por donde estaba la Sala Canciller, mítica, donde ahora hay un Aldi. Y suelo citarme allí con mi colega Iñaki Domínguez, que me hace un tour de baretos donde le tratan como lo que es, una estrella, y da gusto caminar con él.
Una ciudad mágica, estupefaciente, canalla y literaria donde pasar días de aprovechar y noches sin dormir
Y me gusta escuchar canciones sobre Madrid. “Chamberí” de Marlon, “Puede ser que la conozcas”, de Marwan, “Madrid, Madrid, Madrid”, de Sidecars, y también la de Agustín Lara, claro. Y por supuesto, “Yo me bajo en Atocha” del maestro Sabina, tan joven y tan viejo.
Madrid, Madrid, Madrid, que te abraza y no te suelta, que madruga y no tiene fin. Donde siempre tienes abierto un bar, donde siempre encuentras un rincón donde bailar, donde reir o donde llorar. Madrid, que no conoce el mar, pero que es un rompeolas permanente. Y ya se sabe que, como dicen los Santero, el mar es un amigo infiel porque con las olas moja tu piel y se va. Madrid, Madrid, Madrid, para perderse o encontrarse, para abrazarla y besarla en cada esquina. Cruce de caminos de señores y fugitivos, de damas y casquivanas, de ejecutivos y forajidos, de caballeros y macarras interseculares. De vuelos y de caídas. Una ciudad mágica, estupefaciente, canalla y literaria, donde pasar días de aprovechar, donde pasar noches sin dormir. Sí, yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid.