DEJÉ DE LLAMARTE PAPÁ

¿Hasta qué punto “ser padre” es un derecho permanente? ¿Cómo puede cambiar el lugar de un padre cuando se convierte en el comienzo del terror, el estupor y el dolor de unos hijos? Permítanme recordar brevemente el reciente juicio en curso del caso del depredador sexual francés Dominique Pélicot. Este individuo drogaba a su mujer por las noches e invitaba, a través de una página web, a hombres para que acudieran a su casa a violarla y maltratarla.


El abuso cometido destruye la palabra «papá»

La mujer, Gisèle, no tenía recuerdos conscientes de estos hechos y solo lo descubrió cuando la policía, tras detener a su marido por filmar a mujeres sin su consentimiento bajo sus faldas en un centro comercial, encontró numerosos videos donde ella aparecía siendo violada y vejada por más de 70 hombres diferentes. Gisèle sufría problemas de memoria y malestares físicos importantes que atribuía al inicio de una posible enfermedad degenerativa. Pero, en realidad, el degenerado era su marido.

Dominique, el marido, padre y abuelo cariñoso durante el día, del que nadie jamás sospechó ninguna conducta inapropiada, confesó en el juicio: «Mi esposa y yo discutimos sobre el intercambio de parejas: ella no estaba de acuerdo, así que la drogué«. Durante 10 años, la drogó y maltrató sistemáticamente. Para él, esta parecía ser una consecuencia lógica. Qué espeluznante ha debido ser para Gisèle y sus hijos enfrentarse a una realidad tan aterradora.

Tenían dos hijos y seis nietos. Tanto su hija como su nuera sospechan que él pudo haberlas drogado también en alguna ocasión, e incluso temen que los nietos hayan sido víctimas. Una sospecha lamentablemente posible. En el juicio, su hija ha expresado: «Cuando mi madre me contó lo que le había mostrado la policía, dejé de llamarle papá«. Creo que todos estaremos de acuerdo en que ha hecho lo correcto.


El miedo y dolor reemplazan al amor

La confianza es el pilar de cualquier relación sana entre padres e hijos. Cuando un padre o una madre comete violencia, del tipo que sea, destruye esa confianza, reemplazando el amor y el cuidado por miedo y dolor. Esta ruptura, en muchos casos, es irreversible y plantea una cuestión difícil: ¿puede alguien que ha causado tanto daño seguir llamándose papá? ¿debe permitir la sociedad que siga ejerciendo de padre? En casos de sospechas de abusos y maltrato a los hijos por parte del padre o de la madre se sigue permitiendo, en ocasiones, que los menores continúen con las visitas o conviviendo con el progenitor maltratador. O cuando ya son mayores se anima a los hijos “a intentar reconciliarse” con sus padres. 

Desde mi punto de vista la paternidad, más que un derecho, es un privilegio que conlleva una serie de responsabilidades. Cuando se ejerce violencia, se traiciona la esencia misma de lo que significa ser padre o madre, y en esos casos, deberíamos cuestionarnos si ese privilegio debiera mantenerse. Afortunadamente los hijos de Gisèle son mayores de edad y han podido dejar de llamarle papá. Mi admiración a la familia por la dignidad y valentía con la que están afrontando el terrible descubrimiento.


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