El 10 de agosto de 2019, Jeffrey Edward Epstein fue encontrado muerto en su celda del Centro Correccional Metropolitano de Nueva York. La causa de su muerte: el suicidio por ahorcamiento. Probablemente no soportó el linchamiento público y la pena impuesta por tráfico de menores, tráfico sexual, prostitución infantil, estupro y abuso sexual a menores. Y no es para menos, pues se le reconocen más de una treintena de acusaciones por delitos sexuales contra menores adolescentes que declararon haber sido acosadas por el financiero estadounidense. Es el precursor de redes de tráfico sexual. Un verdadero depredador y delincuente sexual.
Jeffrey Epstein comenzó a trabajar a mediados de los años 70 como profesor de física y matemáticas en una escuela de secundaria en Manhattan. Desde ese momento, Epstein comenzó a mostrar comportamientos inapropiados hacia los estudiantes menores de edad. Al poco tiempo le despidieron. Comenzó entonces una brillante carrera en el mundo de la banca y las finanzas. Así nació la leyenda del hombre “asquerosamente rico”. Amigo de políticos como Bill Clinton y Donald Trump, al que hoy se le atribuyen multitud de casos de abusos a menores.
Epstein es un claro ejemplo de que el dinero, que a priori podría ayudar, por ejemplo a jóvenes con pasado turbio, con relaciones familiares deshechas o con dudas adolescentes sin más, les acaba destruyendo la infancia y la juventud por la depravación sexual que sufre el propio mecenas. Muchas de las víctimas de Epstein aseguran que el primer contacto con el magnate, en su mansión de Palm Beach en otras de las dependencias de su posesión, se produjo por su propia voluntad.
Epstein: un depredador sexual con mucho poder
El dinero sirvió como incentivo para poder pagar pequeños gastos o para autoconvencerse de que podrían cambiar de vida. Eran víctimas vulnerables de las que se valió Epstein para cubrir su depravación. Pues segundos o terceros contactos sirvieron para continuar con sus abusos de corte sexual. En las redes de Epstein, se salpica a otros nombres como el del príncipe Andrés de Inglaterra. A él se le acusa de haber propiciado relaciones sexuales de manera forzada con menores de edad.
Epstein utilizaba un sistema de reclutamiento piramidal. Se valía de sus contactos con las élites, de su poder y de sus fiestas. A ellas acudían jóvenes que llamaban a otras jóvenes para asistir a encuentros de alto standing. Eran encuentros sexuales con altas personalidades. Jóvenes que no entendían que esos reclutamientos tenían un trasfondo más amplio. Y afectaban de lleno a decenas de jóvenes que hoy, afirman haberse sentido agraviadas y haber sufrido repetidos abusos sexuales.
Jeffrey Epstein contaba con numerosos contactos. También con muchas conexiones con el poder. Incluso, se le llegó a acusar de “perversión de la justicia” tras descubrirse que Epstein llegó a un acuerdo con las autoridades federales (en 2018, el Miami Herald publicó un reportaje de investigación, premiado con el Pulitzer, titulado precisamente “Perversión de la justicia” que sacaba a la luz las relaciones de Epstein con las autoridades federales durante muchos años). No le sirvió de mucho, pues a pesar de todas esas buenas relaciones con las autoridades y su multitud de contactos con las élites del poder, cientos de mujeres aceptaron testificar contra él. Acabó acusado por crear una red de tráfico de menores y encarcelado, suicidándose en su celda. Desconocemos si ha sido víctima de redes de la conspiración o de su propia desazón por la cantidad de fechorías ejecutadas durante tantos años.
¿Qué nos queda? El rastro de un depredador sexual. Una larga lista de menores víctimas de abusos y otra de personalidades relacionadas con Epstein. Que siguen negando la mayor. Y que además se quieren desvincular de los hechos para evitar el escarnio público pero que forman parte del rastro de abusos que apesta tanto a un lado y al otro del océano Atlántico.