Los psicólogos hablan de síndrome de Calimero para hacer referencia a aquellas personas que se quejan de todo y por todo. Entienden la queja como una herramienta para relacionarse con los demás. Es decir, como el argumento perfecto para entrar en conversaciones y mantenerlas. Es, en realidad, su forma de ser. Y la queja se convierte en su seña de identidad.
Párate a pensar y enumera las personas que crees que siempre van a destacar un dolor más grande que el tuyo o una pena más sufridora que la tuya cuando les cuentas algo que te ocurrió. Probablemente se te ocurran algunos ejemplos. Y si lo piensas más a fondo, seguro que te arrancan hasta una sonrisa. Porque el Síndrome de Calimero existe y algunos son candidatos al Óscar por intervenciones destacadas en conversaciones que no tienen nada que ver con su pena. Pero que se acaban convirtiendo en su motivo, su angustia o su dolor, aunque la deriva de la misma no haya sido ésa desde el principio.
Síndrome Calimero: un reclamo emocional
Los expertos explican que detrás de este síndrome de Calimero, las personas que se relacionan bajo el paraguas de la queja o el lamento suelen esconder algo más duro. Es decir, que la pena que muestran, la tristeza que exportan al exterior y el pesimismo con el que se comportan, solo son los resultados de una vida dura, de experiencias realmente dolorosas que les marcaron y el ejemplo de que el cerebro (quién si no) es un músculo que tiene mucha memoria.
En ocasiones, las personas con síndrome de Calimero solo están pidiendo a gritos atención. Quieren ser el centro porque necesitan ser el centro. Encuadrarse en todas las conversaciones como los protagonistas o, por lo menos, quedar por encima del resto. No por simple ego, sino por necesidad. Sienten que siendo «Calimeros» serán los protagonistas y eso les produce cierta satisfacción. En lo que todos parecen estar de acuerdo es que detrás del síndrome de Calimero se halla un reclamo emocional desatendido de forma reiterada. Algo, que además en ocasiones ocurre en las personas que tienen altas capacidades.
¿La recomendación? Ya no de los expertos sino de una que escribe: empatizar. Porque la empatía hacia el otro es un comportamiento que deberíamos entrenar todos. Ya no solo para sentirnos bien desde nuestros centros de gravedad o para regalar al otro dosis de comprensión que, probablemente, necesite. Sino porque así, el síndrome de Calimero se calma. Empatizar flexibiliza toda conversación y acaba llevando a buen puerto la misma. Si nuestro interlocutor se siente mal, empatizamos con él para ayudarle a que deje de tener ese sentimiento. Si por el contrario, necesita sobresalir por encima del resto porque comprende que existe falta de atención, empatizando no nos hará mal dedicarle esas décimas de segundo que precisa para que cambie su percepción en el mundo.
En definitiva, si el síndrome de Calimero puede dejar de estar es porque la empatía hace posible muchas cosas. Entre otras, regalar dosis de satisfacción y felicidad no solo a quién la muestra, sino a quien la recibe. Y el mundo hoy necesita de esto. Para que se vea con un poco de mejor color.